Sergio: es que ustedes dos nunca llaman a nadie por su nombre, a todo el mundo le tienen apodo.
Maria(): ay, tan exagerado, no es a todo el mundo.
Cata: mirá que, por ejemplo, a vos no te hemos puesto ningún apodo.
Sergio: ¿Ah no? ¿y entonces qué es “Matilde”?
Cata y Maria(): jajajaja. Tenés razón.
La verdad, hasta ese día no lo habíamos pensado, pero empezamos a hablar y nos dimos cuenta que es cierto. Cata y yo, además de comunicarnos a veces en un lenguaje que nadie más entiende, nos referimos a la mayoría de los que conocemos con todo tipo de sobrenombres. Algunos que recuerdo en este momento son:
El duendecito, la cuchis, el Ken, cariñocorazónmamasota, el abuelo, carewhat?, Liki, el ñoño (no confundir con el ñoñein), guayabito, Amélie, el stalker, oiganenverdadnopuedo, el baboso, cosote, Hippie (ese apodo no lo pusimos nosotras pero me encanta), nombrepropio, Oreo, mi vecino, micho, petardín, Arunchis, churro, entuque, chelichoachí, el infladito, carechito (así le puso Cata a Tatán Mejía, snif), el repe, Chicken Little.
Y los universales “cosito” y “cosita”, aplicables a cualquier persona de la que no recordemos su nombre en el momento.
Al final concluimos (fue una tarde muy productiva) que el problema es que a nosotros los vallunos se nos dificulta un poco recordar los nombres, porque cuando necesitamos llamar a alguien es suficiente un “veeee” bien arrastrado.
Etiquetas: Del pueblito
chelichoachí, ja ja ja ja
carechito, ja ja ja ja ja