jueves, 25 de septiembre de 2008
Tercera entrega
(y qué pena la demora monitos)

¿Qué pensaron? ¿qué me había olvidado de la segunda temporada de “Esto sólo le pasa a Julius”?

No quiero ni hacer las cuentas de todo lo que me demoré en publicar esta entrega, ni quiero dar excusas. Primero fueron inconvenientes técnicos (no tenía internet en Buga), pero después, no sé, le cogí como pereza.

Pero bueno, esa etapa ya está superada, y lo importante es que estamos de vuelta. Hay varios Julius con excelentes historias haciendo fila y este Chocoramo+Pola lo entregamos porque lo entregamos, he dicho.

El primer invitado de hoy es Caycedo, propietario del blog Parterama. El hombre afirma en su correo que hizo su mayor esfuerzo por no “sentarse en la palabra”… pero no lo logró :P

Jajaja, mentiras, la historia sí está algo extensa, pero vale la pena el “plop” al final.

ESTO SÓLO LE PASA A CAYCEDO

Historia tragicómica de amor en tres actos

Acto I

Ella se sentaba frente a mí en una clase que yo tomaba de asistente. El tema o nombre de la misma prefiguraba relaciones de algún tipo, pero es irrelevante para los hechos que describiré. Esta historia, ahí verán si la creen; yo, aún hoy después de tantas cosas vistas y ocultas, no sé si en verdad pasó.

Durante las clases se presentaban debates, los compañeros daban opiniones ridículas, sagaces, acertadas, inauditas y algunas casi absurdas provocaban las risas, risotadas y carcajadas estridentes del respetable auditorio; aunque era un salón pequeño, en un hermoso edificio. En ese momento me encontré con la sonrisa más enigmática que pude hallar cuando terminaba la carrera. El cabello desordenado le añadía, al enigma, un atractivo muy convincente. Las risas se repitieron, y cada vez se repitieron las miradas. Al tercero ya estaba yo medio fastidiado, pues no faltaba más que hallar alguien que se dedicara a jugar conmigo. De un tiempo para acá, me ha invadido una cruel cobardía que impide acercamientos cursis y trillados del tipo, estudias o trabajas; decidí hablarle en el receso de esta cátedra de 3 horas, aprovechando que las risas habían roto el témpano. Ella se levantó veloz, bajó las rampas y laberintos de Salmona y salió por la enorme puerta y no volvió.

Mi condición de asistente me alejó de la bella por tres semanas. Al volver, ella no vino. Luego coincidimos en la última clase antes de Semana Santa. Iba yo leyendo El Túnel de Ernesto Sábato, con más temor que ninguna otra cosa, pues el asombro se había quedado corto después de leer el primer capítulo. Antes de llegar al auditorio donde se haría la clase esa vez, alguien me haló del buzo: era ella, era ese encuentro que sin pedirlo a gritos, había llegado; era Maria Iribarne vestida de universitaria en un entallado pantalón de pana; era una señal, sin ninguna duda. Al fin nos presentamos y charlamos hasta el estorbo. Mi condición de asistente me alejó de la bella justo antes de la proyección y esa tarde, llovió.

Acto II

La Semana Santa pasó sin suspenso ni emociones fuertes. Más pareció una bofetada, una intromisión para los que no queríamos creer sino simplemente vivir. Ese jueves, en algún pasillo de aquel hermoso edificio, los estudiantes esperaban a la maestra. Cuando llegué me detuve en un muro de ladrillo que daba al patio interior, frente al ventanal del salón cerrado. Ella me índico con sus ojos que me acercara: la saludé. Hablamos un rato. Estaban con ella, un muchacho de aspecto demasiado conforme y pasivo para ser “algo” de una mujer que con solo hablar derribaría muros y otro, venido de la costa, con alguna debilidad por caer bien, sustentada en un puñado de malos chistes y bromas pasadas. No hubo clase ese día, yo no tenía en verdad nada más que hacer, estaba empezando un negocio y aprovechando la hora, decidí ir a almorzar a mi casa para volver en la tarde. Salimos juntos los cuatro: la bella, el conforme, el costeño y yo éramos casi la cuadrilla de la muerte con la mismísima pálida entre nosotros. En este momento mis planes se derrumbaban y se reconstruían a cada paso, quería terriblemente deshacerme de los 2 intrusos, pero uno de ellos siempre andaba del lado de ella, se sentaban juntos en el salón, llegaban al tiempo, se saludaban de beso pero jamás se demostraban amor incondicional, ya sea por temor, ya sea por pudor. El otro era un tipo que nos hacía reír y, seguro gracias a él, ella y yo nos habíamos reído juntos esa primera clase que nos vimos, en lados opuestos de la sala, antes de desaparecer: hay que ver cuan desagradables pueden ser quienes mejor llegan a hacerte sentir.

La buena charla se fue disipando, los silencios aumentaron y supe entonces lo que pasaba. Ella era asediada por tres buitres de rapiña, que se enfrentarían a muerte a punta de picotazos y garrazos, sería una batalla sin tregua, lo mas lejos de una franca lid; sería la lenta espera de ver quién caía último para abalanzarse sobre la tonta pálidez, como un buitre del desierto.

Decidí entonces alejarme. Esta cobardía no me permitiría quedarme y humillarme entre la estúpida y lenta charla de un conforme y un costeño, ambos asediando los labios de una mina. Aduje compromisos importantísimos y me despedí primero de ella, luego de los otros dos por mera cortesía y finalmente, tras una pausa, otra vez de ella. A la semana siguiente nos vimos en clase. Llegué antes que ella a propósito, quería medir su reacción al verme, quería jugar una versión romántica del perro que es disputado por un niño y un ciego con un pedazo de tocino en el bolsillo. Ella llegó y me saludo sonriente, la prueba la había ganado yo. Cuando empezó la clase, y dejamos de charlar, ella se puso en pie y se fue al lado del conforme, el perro me había engañado, simplemente se acerco meneando la cola, tembloroso, hasta percatarse que su sitio era otro. Oculté mi desconsuelo, al lado mío se sentó Marylin, y me deje envolver por su blanca figura y hablamos animadamente hasta despertar no se qué cosa en la tonta pálida. Marylin era una joven madre, de dulce sonrisa y maneras agradables como una mujer que está en constante flirteo.

No sé qué cosa, digo hoy; hoy el pasado es algo oscuro e indescifrable. Alguna vez hablamos de eso, ella contó su lado de la historia y yo no hallé mayor similitud con la mía, eran dos vidas distintas, dos historias opuestas vividas por las mismas personas en los mismos lugares y simultáneamente, o al menos eso creo o espero. Durante el receso la tonta pregunto por nuestra animada charla, le invité y se negó. Seguí charlando con Marylin hasta el final de la mañana y cuando la clase hubo terminado y salíamos de los recodos del edificio, la tonta se acercó a mí. Íbamos para el mismo lado; yo no, en verdad, pero me servía igual. Esperando el bus me dijo que le acompañara a almorzar y esa tarde llovió.

Acto III

Los meses pasaron y hubo charlas, por primera vez un edificio laberíntico nos perdió en un idilio que no tenía muchas ganas de… Salmona hizo esos techos y pasillos para que dos tontos nos perdiéramos, nos abrazáramos, nos miráramos de cerca casi hasta tocar los labios del otro, casi hasta enamorarnos, o tal vez, y muy rápidamente hasta mucho más allá del amor o tal vez solo un poco más acá del deseo. Hubo cerveza en las noches, hubo bailes, hubo llamadas sin respuesta y otras con respuesta, hubo apuestas enormes en manos perdidas, hubo una tarde en que no llovió y sus bragas rojas fueron todo el universo, su cadera morena, sus blandos senos, sus ojos negros y la ciudad lloraba nieve y no era parís, hubo frases desdichadas, dichas sin pensar, frases que prometían solo una locura sin sentido, solo un escape del tedio. Todo esto lo cuento porque hay cosas que no suelen pasar nunca, cosas que hoy no termino de entender ni quiero entenderlas, cosas que dan vueltas, que vuelven y tocan la puerta y huyen, que se van sin decir adiós: sus preguntas, sus futuros, sus promesas descaradas y su cadera en bragas, su cabello y ese aire de brisa, de sabana, de vida.

Aquella tarde acepté su invitación a almorzar, fuimos a su apartamento y cuando puse mi morral en la sala con su dulce voz dijo:

-No se acomode de a mucho que no estamos en mi apartamento-

-Ah no, entonces?

Donde mi novio, sentenció y un frio apocalíptico recorrió mi espalda y mis piernas y se quedó a vivir en mis pies. Pero nunca me negué a unos labios miserablemente dulces y siempre busqué una mujer tan puta como yo y no me importó y todo esto finalmente, para que mueras de envidia, sólo me pasó a mí.

Maria() opina: ¿pues qué te digo? Un poco “sobreadornada” para mi gusto… pero me pareció muy bueno el final.

Matilda califica: tres filetes.


El segundo invitado de hoy es el Sr. Bicho Raro, bloguero bogotano que hace poquito cumplió un año compartiéndonos sus confesiones.

ESTO SÓLO LE PASA AL SR. BICHO RARO

Buenas, que tal, por acá de sapo participando en concurso de la señora María(), y pues como cosas a todo el mundo le pasan pues yo no soy la excepción. Y entre varios chascarrillos que han ocurrido a lo largo de mi vida recuerdo uno que me marco, ya que se podría decir que fue la primera vez que sentí la misma sensación que siente el chavo y María cada vez que algo les pasa a ellos.

La historia se remonta a muchos años atrás, y tenía la tierna edad como de 6 años, recuerdo muy bien que era en época de vacaciones y me levanto mi mamá para decirme que me alistara rápido porque mi abuelita nos visitaba e íbamos a hacer unas diligencias con ella, me puse muy contento, y para ser sincero no fue por el amor fraternal que siempre me embargaba o por el deseo de compartir un rato con mi abuela, no, aunque parezca increíble ya a esa edad mi mente ya se había corrompido y lo único que me alegraba el corazón eran los regalos que siempre me traía y que podía pedir lo que quisiera.

Y dicho y hecho llego mi abuelita y el niño calmado, decente, pausado de siempre se transformo en un niño caprichoso, llorón y rebelde, mi mamá ya sabía de ese cambio de personalidad, pero la verdad no podía hacer nada ante los cuchicheos, y consentimientos de una abuela súper cariñosa y alcahueta, así que tubo que aguantarme, todo el tiempo así, hasta que por cosas del destino recibí mi castigo.

Íbamos por la calle, y pasamos al pie de una cafetería, y pensé “quiero una paleta”, estaba haciendo un frío horrible, e íbamos de afán pero no me importaba, quería mi paleta, así que le dije a mi mama, “mami dame paleta”, y ella me miro con cara de ”a este que le dio”, y me dijo “no vamos de afán”, y acto seguido me puse a llorar y hacer berrinche, tanto así, que mi abuela, muy tierna ella, me dijo, “ya no llores, vamos por la paleta que yo te la compro”, entramos a la panadería, pedimos una paleta, pero no conforme con eso, me dio por pedir una paleta que no había probado antes pero que no sabia como se llamaba (si lo acepto de chiquito era un poquito mamón), e hicimos sacar casi todas las paletas del congelador al señor panadero, al final solo quedaba una y yo dije “quiero esa”.

La paleta era de un sabor que no había probado, de guanábana, la compramos y salimos, nos montamos en un taxi, y yo contento con mi conquista destape la paleta y me la metí a la boca, uhhhhh que sabor tan desabrido, sabia a hielo, yo pensé “ese sabor no me gusto debe estar muy fría”, pero aun así seguí comiéndomela, llegamos a nuestro destino, y la berraca paleta seguía sabiendo igual, entonces le dije a mi mama, “Mami esta paleta no me gusta”, y mi mama me dijo “No, todo lo que molestaste, mas bien cométela o tu abuela no te vuelve a gastar nada”, ante eso, una posible disminución de regalos y cuchicheos de parte de la abuela, no tuve más remedio que seguir comiéndomela, y chupe y chupe, una hora después, la berraca paleta seguía igual, “ahhh ya me canse, mejor la muerdo”, pensé, pero estaba durísima, seguí intentando y me empezaron a doler los dientes, y nada.

Que maldición, le dije de nuevo a mi mama y ella al ver la paleta igual de una hora y media entonces la coge y la muerde, y me mira como diciendo “este chino berraco tenia razón, esta paleta esta herionda”, cuando de repente suelta una carcajada, en frente mío, mi abuelita al ver el ataque de risa de mi mama, le pregunta que pasa, entonces mi mama le muestra la paleta y luego algo en la pared, mi abuela también la prueba, mira la paleta, mira la pared, me mira a mi, mira a mi mama, y se totea también de la risa, y yo sin entender me puse a llorar.

Ahora se imaginaran el cuadro: señora de edad totiada de la risa con paleta en la mano, señora joven riendo a mas no poder, y niño chiquito y caprichoso llorando sin entender un carajo, lo peor de todo fue cuando mi mama ya calmada, me acerca a la pared y me muestra un afiche que decía que había una promoción de una paleta para hacer una nave espacial, y lo peor de todo es que me explica que yo me estaba comiendo era la nave espacial de la promoción que viene en forma de paleta y que esta hecha de cera.

Definitivamente Dios no pega ni con palo ni con rejo, no volví a hacer berrinches en la calle, y la paleta sigue en la casa, sin derretirse y sin saber a guanábana ni saber a nada, eso de tratar de comerse una paleta de cera, tratar de encontrarle el sabor a guanábana y que la mama y la abuela se le rían en la cara de uno, y uno sin entender un carajo, solo me pasa a mi.

Maria() opina: ¡¡no te creo!! No, es que no es posible, esa no me pasa ni a mí. Pierdes puntos por varias tildes que brillan por su ausencia… y por ponerle tilde a mi nombre ¬¬

Matilda califica: tres filetes y medio.

Bueno, es todo por hoy. Esperen en la próxima cosecha semana, la siguiente entrega del concurso. A ver si le retomamos el ritmo a esta vaina. Besos a todos mis Julius.

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Y esto sólo le pasó a Maria() a las 11:27 p. m. | 11 Infelices comentarios
lunes, 22 de septiembre de 2008
Aquel viejo motel

El comentario de Aleja en el post anterior me dejó pensando… nunca será favorable para la reputación de mi finca decir que está ubicada al lado de un motel, pero lastimosamente así es. Momento Julius, sé que se están imaginando la puerta de mi casa y justo al lado la puerta de “residencias Travesuras” o “amoblados El Escondite”, con su doble entrada, matica al centro, luces de neón rosadas y demás.

Pues NO, primero que todo el chuzo es hasta discreto (aunque no deja de ser motel), y además queda alejadito de mi hogar. A ver ¿cómo les explico? A mi finca se puede entrar por dos callejones, digamos “entrada norte” y “entrada sur”… no, esperen, estoy güevoniando, los puntos cardinales definitivamente no son mi fuerte. Entonces hablemos de entrada “hacia Cali” y entrada “hacia Buga”. Que a partir de ahora y para efectos prácticos serán HC y HB.

Les decía que el mentado motel queda al lado de la entrada HC, a unos 100 metros de mi casa. Con semejante referencia es mucho más fácil dar las instrucciones para llegar a mi finca por la entrada HC que por la HB. Pero yo prefiero, por obvias razones, echar toda la carreta de “doble a la izquierda en el kilómetro 1.5 delante de talsitio” a decir “vea, entre por el callejón que queda al lado del motel tal”.

Se me vienen a la cabeza un par de historias con respecto a mi singular vecino.

La primera:

Mi hermano que estudia en Cali viaja en bus a Buga casi todos los fines de semana. Para evitarse una entrada innecesaria hasta el terminal de transportes, siempre le pide al conductor que lo deje en el motel y camina hasta la casa. Hace años, me fui a Cali con mi hermano a hacer no me acuerdo qué vuelta. Ya de regreso, cuando nos estábamos acercando a mi casa, mi hermano ha sabido interrumpir el silencio de la buseta con un “señor, nos deja por favor en el motel, gracias”.

Yo no entendí porqué todos los pasajeros se habían quedado mirándonos mientras descendíamos del vehículo, hasta que mi hermano me dijo:

- ¿Te das cuenta que esta gente está pensando que nosotros vamos a moteliar?
- Ahhh, ¡incestuocirijillo!

Nah, ¿a quién engaño?, no recuerdo lo que le contesté en ese momento pero con toda seguridad no fue nada inteligente.

La segunda:

Otro día íbamos a salir con mis hermanos y sus amigos. Cuando llegaron a mi casa a recogernos mi hermano preguntó que al fin cuál era el plan. A lo que uno de ellos contestó “no, vamos para aquí al ladito”, apuntando con su dedo hacia aquenoadivinandónde. El problema es que las únicas mujeres presentes éramos la hermana del autor de tan brillante propuesta, y yo… nonono.

La ñapa, (continuando con la línea inocente-ingenua del post del sancochazo):

Habiendo crecido como vecina de un motel, la palabra me resultaba familiar desde la infancia. Pero llegó el momento, a los tiernos 5 años de edad, en que mi curiosidad me llevó a buscar una definición. Así que fui y le pregunté a doña Patricia: “Mamá, ¿qué es un motel?”.

Ella supongo que se espantó con la pregunta y no supo qué contestarme, así que me dijo la mentira más chimba que me hayan echado en toda mi existencia:

“Es lo mismo que un hotel, pero de madera”. Y lo peor es que, durante un tiempo, me la creí…

Sobra decirlo: dele, ríase de mí.


Nota al pie: mi amiga la Wikipedia dice que un motel “es un alojamiento característico de carretera, originariamente estadounidense”. ¿Ven? todavía se puede ser inocente.

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Y esto sólo le pasó a Maria() a las 9:52 a. m. | 17 Infelices comentarios
miércoles, 10 de septiembre de 2008
El sancochazo

Yo tendría unos, digamos, 13 años... lo que por simple sustracción me lleva a que mis primas Verónica y Alejandra, protagonistas de esta historia, tenían 12 y 11 respectivamente. Era domingo y estábamos en Villaescocia, una finca que queda justo al lado de la mía. No recuerdo si había alguien más o si estábamos las tres solas, lo que sí recuerdo es que estábamos en un desparche descomunal.
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Entonces Vero propuso que juguáramos al “sancocho”, Aleja dijo con cierto tono de emoción que sí, que de una, y yo, desubicada, pregunté en qué consistía el juego.
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–Muy fácil – dijo Verónica. – La idea es que vamos a hacer un sancocho, entonces cada una tiene que ir diciendo los ingredientes que va a traer. Por lo menos* mi hermana dice “yo llevo el pollo”, yo digo “yo pongo el agua”, vos decís “yo traigo la papa”… y así.
–Listo, juguemos. – El jueguito me pareció pésimo, no le encontraba el chiste. Pero tal era nuestro estado de aburrimiento que acepté.
–Bueno, pero esperate voy por un vasito de agua que tengo una sed.
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Y empezamos el ultrachocomegadivertidísimo juego…
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–Vamos a hacer un sancocho– arrancó Vero– yo traigo los plátanos.
–Yo traigo el choclo. – Continuó Aleja.
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Era mi turno y me quedé en blanco, no se me ocurría ningún ingrediente… entonces, recordando el ejemplo que mi prima me había dado un momento antes, exclamé:
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– ¡Yo pongo el agua!
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---SPLASH---
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Un vasado de agua fría cayó sobre mi cara sin previo aviso mientras ellas me decían entre risas:
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– ¡Por tacaña!
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¿Y qué hice yo? no las insulté, no les dije que ésa era una broma de muy mal gusto, ni les deseé que ojalá en unos años se fueran a vivir a otro continente (carajo, ¡cómo me hacen de falta!), ni mucho menos me reí con ellas. Hice lo que cualquier persona madura hubiera hecho: me fui corriendo y me escondí entre unos árboles.
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Pasó como una hora, esa estrategia infantil de esconderse es pura necesidad de atención y yo evidentemente no la estaba recibiendo. Al principio las oí llamándome, pero pasado un rato me di cuenta que nadie me estaba buscando. De todas formas permanecí en mi escondite, de pura indignada que estaba.
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Cuando los zancudos empezaron a hacer de las suyas en mis paticas y brazos descubiertos, no tuve de otra que volver a la casa, donde fui recibida con efusivos regaños por parte de todos los adultos presentes.
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Resulta que, al no encontrarme, mis primas pensaron que yo me había ido caminando hasta mi casa (el trayecto no es largo pero sí un poco peligroso, hay que atravesar un par de cultivos de maíz y frijol), entonces se fueron de muy valientes a buscarme. No, es que todavía me cuesta trabajo imaginármelas en esas, con lo cobardes que son, ¡le tienen miedo a todo!
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Durante mucho tiempo me recriminaron toda la cantaleta que recibieron ese día por haberse ido hasta mi casa solas y sin avisar. La mejor parte, la que no me canso de oír, es que ya a mitad de camino se encontraron un tipo, supongo que era un trabajador de Villaescocia o de mi finca, el caso es que Alejita ha tenido a bien preguntarle:
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– Señor, ¿usted es bueno o es malo?
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Nunca me han dicho qué les contestó el tipo...
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Ésa es mi adorada prima: pura ternura, siempre preocupada por todos, es la que sale con los comentarios más extraños en cualquier momento, la que siempre encuentra la forma de hacerme reír. Alegre, sentimental, se empelicula con nada y tiene los traumas más rebuscados que yo haya conocido… ¡por eso la quiero!
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La niña hace un tiempo descubrió mi blog y se lo devoró todito, después se antojó y abrió el suyo: Akí sí es. Así que si tienen tiempo vayan y como dice ella “siéntanse como en su casa”, de verdad vale la pena pegarse la pasadita.
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¡Feliz cumpleaños Aleja!, no sabés la falta que me hacés. Desde muy lejos te mando un abrazo tamaño familiar.



*Acabo de recordar ése detalle: Vero siempre decía “por lo menos” en lugar de “por ejemplo”. Me pregunto si todavía tendrá esa maña.

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Y esto sólo le pasó a Maria() a las 11:22 p. m. | 17 Infelices comentarios