Yo tendría unos, digamos, 13 años... lo que por simple sustracción me lleva a que mis primas Verónica y Alejandra, protagonistas de esta historia, tenían 12 y 11 respectivamente. Era domingo y estábamos en Villaescocia, una finca que queda justo al lado de la mía. No recuerdo si había alguien más o si estábamos las tres solas, lo que sí recuerdo es que estábamos en un desparche descomunal.
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Entonces Vero propuso que juguáramos al “sancocho”, Aleja dijo con cierto tono de emoción que sí, que de una, y yo, desubicada, pregunté en qué consistía el juego.
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–Muy fácil – dijo Verónica. – La idea es que vamos a hacer un sancocho, entonces cada una tiene que ir diciendo los ingredientes que va a traer. Por lo menos* mi hermana dice “yo llevo el pollo”, yo digo “yo pongo el agua”, vos decís “yo traigo la papa”… y así.
–Listo, juguemos. – El jueguito me pareció pésimo, no le encontraba el chiste. Pero tal era nuestro estado de aburrimiento que acepté.
–Bueno, pero esperate voy por un vasito de agua que tengo una sed.
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Y empezamos el ultrachocomegadivertidísimo juego…
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–Vamos a hacer un sancocho– arrancó Vero– yo traigo los plátanos.
–Yo traigo el choclo. – Continuó Aleja.
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Era mi turno y me quedé en blanco, no se me ocurría ningún ingrediente… entonces, recordando el ejemplo que mi prima me había dado un momento antes, exclamé:
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– ¡Yo pongo el agua!
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---SPLASH---
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Un vasado de agua fría cayó sobre mi cara sin previo aviso mientras ellas me decían entre risas:
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– ¡Por tacaña!
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¿Y qué hice yo? no las insulté, no les dije que ésa era una broma de muy mal gusto, ni les deseé que ojalá en unos años se fueran a vivir a otro continente (carajo, ¡cómo me hacen de falta!), ni mucho menos me reí con ellas. Hice lo que cualquier persona madura hubiera hecho: me fui corriendo y me escondí entre unos árboles.
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Pasó como una hora, esa estrategia infantil de esconderse es pura necesidad de atención y yo evidentemente no la estaba recibiendo. Al principio las oí llamándome, pero pasado un rato me di cuenta que nadie me estaba buscando. De todas formas permanecí en mi escondite, de pura indignada que estaba.
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Cuando los zancudos empezaron a hacer de las suyas en mis paticas y brazos descubiertos, no tuve de otra que volver a la casa, donde fui recibida con efusivos regaños por parte de todos los adultos presentes.
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Resulta que, al no encontrarme, mis primas pensaron que yo me había ido caminando hasta mi casa (el trayecto no es largo pero sí un poco peligroso, hay que atravesar un par de cultivos de maíz y frijol), entonces se fueron de muy valientes a buscarme. No, es que todavía me cuesta trabajo imaginármelas en esas, con lo cobardes que son, ¡le tienen miedo a todo!
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Durante mucho tiempo me recriminaron toda la cantaleta que recibieron ese día por haberse ido hasta mi casa solas y sin avisar. La mejor parte, la que no me canso de oír, es que ya a mitad de camino se encontraron un tipo, supongo que era un trabajador de Villaescocia o de mi finca, el caso es que Alejita ha tenido a bien preguntarle:
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– Señor, ¿usted es bueno o es malo?
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Nunca me han dicho qué les contestó el tipo...
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Ésa es mi adorada prima: pura ternura, siempre preocupada por todos, es la que sale con los comentarios más extraños en cualquier momento, la que siempre encuentra la forma de hacerme reír. Alegre, sentimental, se empelicula con nada y tiene los traumas más rebuscados que yo haya conocido… ¡por eso la quiero!
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La niña hace un tiempo descubrió mi blog y se lo devoró todito, después se antojó y abrió el suyo:
Akí sí es. Así que si tienen tiempo vayan y como dice ella “siéntanse como en su casa”, de verdad vale la pena pegarse la pasadita.
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¡Feliz cumpleaños Aleja!, no sabés la falta que me hacés. Desde muy lejos te mando un abrazo tamaño familiar.
*Acabo de recordar ése detalle: Vero siempre decía “por lo menos” en lugar de “por ejemplo”. Me pregunto si todavía tendrá esa maña.
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– Señor, ¿usted es bueno o es malo?
La frase del millón...
Hermosa... jajaja