La Próxima Cosecha productions presenta:
El anillo
Conocí a Miguel Ángel cuando el paso de los crudos años empezaba a hacerse notar en su rostro melancólico. Nos presentó Carolina, una amiga en común, y fue el comienzo de una amistad descomplicada y leal, de memorables domingos en los que muchas veces nos sorprendió el amanecer comiendo crispetas con coca-cola y hablando, sólo conversando, desde los temas más triviales hasta los interrogantes más profundos de cada uno.
Miguel era un hombre un tanto extraño, callado, pensativo, yo diría que sólo lo oí reír un par de veces. La primera impresión que tuve de él fue la de una persona cerrada, incluso arrogante, pero esa imagen cambió totalmente poco tiempo después. Nunca lo vi vestido de un color que no fuera oscuro, es más, creo que tenía, si mucho, cinco camisas distintas. Pero lo más raro es que siempre usaba un anillo en el dedo meñique de su mano derecha, era perfecto, no se parecía a cualquier joya que yo hubiera visto antes, la ausencia de brillo revelaba su antigüedad, al igual que los rasgos en la cara de Miguel. Era en extremo delicado como para pertenecer a un hombre; me inquietaba demasiado pero no me atrevía a indagarle, porque Caro me había advertido que el anillo envolvía una amarga historia.
Un domingo en su casa, cerca de las tres de la mañana, me pudo más la curiosidad que la prudencia y ahí empezó una conversación que recuerdo palabra por palabra…
–Oye, ¿por qué siempre llevas ese anillo? – le pregunté tomando su mano derecha.
–Es una larga historia –me dijo – se trata de una mujer hermosa, la única a la que he amado. Se llamaba Laura, la conocí cuando entré a la universidad y me hechizó desde el primer momento. Al principio ella no me determinaba, pero insistí tanto, que un buen día aceptó salir conmigo. Dos meses más tarde ya éramos novios, yo no lo podía creer.
Miguel se detuvo, bajó la mirada y cerró los ojos un momento, como tratando de sacar a flote lo que durante tantas noches había tratado de reprimir.
–Si quieres hablamos de otra cosa – murmuré.
Pero él no me escucho, o aparentó no hacerlo, sacó la billetera de su bolsillo, la abrió y me entregó una foto. Era en efecto una mujer hermosa, de facciones finas y ojos claros, su cabello rubio le llegaba hasta los hombros, enmarcando un rostro entre inocente y misterioso.
–Viví junto a ella los mejores momentos de mi vida. Peleábamos, claro, pero fuimos admirados como una pareja muy estable. Al terminar la universidad tuve la fortuna de encontrar un muy buen trabajo, así que con los ahorros de ambos y un préstamo que pedí, compramos un pequeño apartamento y nos fuimos a vivir juntos, después ella también comenzó a trabajar. No sé cómo explicarte la dicha que yo sentía por esos días, no me cambiaba por nadie, en menos de una semana entendí que no tendría que mirar a otra mujer nunca más, que había encontrado la persona con la que quería envejecer.
Por un instante pude ver una sonrisa dibujándose en sus labios, y la ilusión volviendo a él como si no hubiera pasado un solo día desde los hechos lejanos que ahora me narraba.
–Yo estaba resuelto a casarme con Laura – continuó – y cerca del lugar donde trabajaba funcionaba una joyería. Un día, a la hora del almuerzo, pasé por el sitio y me detuve en la vitrina a observar los anillos, sin hallar ninguno que me llamara la atención. Al día siguiente regresé, me atendió el hijo del dueño, su nombre era Esteban y muy amablemente me enseñó cada anillo con lujo de detalles, pero ninguno llenaba mis expectativas. Y así pasaron varios meses, yo iba casi todos los días a la hora del almuerzo, y Esteban me mostraba las últimas argollas que su padre había elaborado. Con el tiempo llegamos a ser muy buenos amigos, nos encontrábamos para comer juntos y después ir a la joyería a continuar la búsqueda de mi anillo de compromiso. Alguna vez le mostré la foto de Laura, esta que todavía cargo en mi billetera, y sólo así entendió mi indesición, me dijo que ante una mujer tan bella, cualquier joya resultaría poca cosa. Un día me propuso que diseñara mi propio anillo, con su asesoría, claro. Por culpa de mi perfeccionismo la labor nos tomó otros seis largos meses, yo no conocía nada acerca del tema, pero el resultado fue increíble. ¿No te parece?
–Totalmente – le dije. Contemplé durante un largo rato la joya en su meñique, era de plata, con un pequeño diamante en el centro rodeado por lo que parecía ser una delicada enredadera plateada, dos brillantes ubicados al lado de está figura remataban la hermosa sencillez de su diseño.
–El mismo día que Esteban fue a buscarme a mi oficina para entregarme el anillo, Laura perdió su trabajo, por eso decidí que no era el momento adecuado para una propuesta de matrimonio, y lo guardé en un cajón de mi escritorio. No sé muy bien porqué pero después de eso, perdí el coraje para pedirle que se casara conmigo, todos los días me levantaba pensando “hoy si lo haré” pero llegado el momento los nervios no me dejaban pensar, ni mucho menos hablar. Algunas veces ella me preguntaba que me estaba pasando, y yo le contestaba con una sonrisa, y todo seguía igual. Fueron dos extensos años de ansiedad, ensayando frente al espejo lo que le diría, sacando el anillo de mi escritorio en la mañana, para en la noche volverlo a guardar, y sosteniendo largas charlas con Esteban en las que intentaba llenarme de ánimos para dar ese tan aplazado paso.
–¿Dos años? – exclamé – ¡Estabas muy loco!
–Loco no, cobarde, y lo sigo siendo. Pero la valentía para acabar con esa espera no me llegó por parte de mi amigo, me sorprendió un día cualquiera sentado en mi oficina. Veinte de marzo, nunca se me va a olvidar, salí corriendo sin avisarle a nadie, me monté en el carro, lleno de miedo y adrenalina, y la distancia hasta el apartamento se me hizo eterna.
–¿Y que te dijo?
–No lo sé, nunca le pregunté. Al llegar a nuestro apartamento la encontré con Esteban, haciendo el amor en nuestra cama. No dije nada, mi mente estaba en blanco, sólo tomé el anillo y me lo puse en el dedo pequeño. Laura lloraba como loca, me decía que todo había sido un error, que lo nuestro no podía terminar así, pero yo sin siquiera mirarla salí de ahí lo más rápido que pude. Tiempo después alguien me contó que Laura y Esteban se habían casado, que seguían viviendo en nuestro apartamento, y que Laura trabajaba con él en la joyería.
Una lágrima descendió por la mejilla de Miguel, mientras los primeros rayos del día entraban por la ventana. Yo estaba sorprendida por todo lo que acababa de escuchar, entonces le repetí la primera pregunta que le había hecho.
–¿Y por qué siempre llevas el anillo?
– Porque cuando uno decide aferrarse al pasado, tiene que aprender a cargar con él.
Desde ese día nuestra amistad se fortaleció aun más, pero a mí me quedó el amargo sabor de la historia más triste que he conocido, y un gran cargo de conciencia por preguntar lo que no debía.
FIN
Basado en un hecho casi real, el tipo sí se demoró un año escogiendo el anillo, y lo tiene comprado desde hace dos, pero espero que su historia no tenga un final tan trágico. Y entonces ¿será que mejor me quedo estudiando ingeniería?
Etiquetas: Pongámonos serios
Pues yo no soy crítico de Cuentos pero a mi me parecio mu bueno. De alguna forma nos recuerda no dejar para mañana lo que podemos hacer hoy!
y también a no andar contandoles vainas a gente desconocida y menos mostrarle la foto de la novia!
Saludos
Opinador Dañado!