Un año después, la tierra volvió a estremecerse bajo sus pies. Ya no había soledad, ahora había prioridades.
- Los niños, ¿dónde están los niños?
Su cerebro y su cuerpo reaccionaron de inmediato, como un resorte se levantó del sofá y corrió hacia el cuarto donde dormían la siesta.
- ¡Está temblando! – gritó mientras abría la puerta.
- ¿Qué está temblando? – preguntó el hijo de la empleada, con la inocencia propia de sus cuatro años de vida.
- ¡La tierra Sebas!
Que los marcos de las puertas, que debajo de las mesas. Todas esas instrucciones que había recibido mil veces la abandonaron a la primera sacudida del suelo. Su instinto de supervivencia le decía que tenía que salir de la casa, al fin y al cabo, allá afuera había suficiente espacio libre de cosas que potencialmente le caerían encima.
No hubo tiempo para sentirse sola, o vulnerable, no fue posible entregarse al pánico (prioridades, prioridades). Debía conservar la calma, dar el ejemplo para que los niños estuvieran tranquilos.
Fue un instante eterno, sin embargo había pasado tan poco tiempo, que la tierra seguía temblando bruscamente, fue entonces cuando sonó el celular, era la madre de los niños preguntando si estaban todos bien.
Ese día entendió que la responsabilidad pesa más que una soledad de 5.5 grados en la escala de Ritcher, y cuando todo se calmó se sintió aun peor que un año atrás.
…a la siguiente semana recibió una responsabilidad más grande de lo que hubiera podido imaginar, y no ha terminado de asimilarlo.
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Ay Maria(), yo me vine a enterar casi 10 horas despues y me vino un cargo de conciencia... de aquellos.
Pero tumerce, que fue lo que se te vino encima????