Recuerdo que alguna vez, estando pequeña, comencé a regañar a mi padre por no lavarse las manos...
– Ya me las lavé – dijo él.
– Yo las veo sucias – le reclamé.
– Ése es “mugre limpio”.
Me tomó un buen tiempo entender que el “mugre limpio” de mi papá no desaparecería lavándolo con agua y jabón fab. Sus manos están percudidas por décadas de trabajo como agricultor y mecánico.
Mientras él duerme siesta o ve televisión, a mí se me va el tiempo jugando con sus manos, halándole los vellitos, moviéndole las venas entre los huesos, y explorando cada detalle:
Su piel es gruesa y áspera como papel de lija; en sus dedos las huellas digitales se están desvaneciendo lentamente; en algunas de sus uñas hay morados por golpes que ni siquiera recuerda; en sus palmas hay todavía huellas del accidente de tránsito que sufrió el mes pasado; y cicatriz sobre cicatriz, más de medio siglo entre arados y motores se ha encargado de dejar sus imborrables marcas.
Me encantan las manos de mi papá porque reflejan todo el esfuerzo que ha hecho y continúa haciendo por su familia. No lo llamaría sacrificio porque sé que es feliz con lo que hace. Más ahora que puede ver cómo empieza a cargar su próxima cosecha, la de hijos. Con esa vocación de ingeniero que inevitablemente terminó por contagiarnos a los tres.
Las palabras se hacen insuficientes cuando intento expresar la admiración que siento por mi padre, él siempre será mi héroe, mi MacGiver criollo, el que tiene más vidas que un gato, el que conoce todas las respuestas y las que no, me ayuda a buscarlas.
Etiquetas: De mí para vos, Mi hermosa familia
Mira me he vuelto una asidua lectora de tú blog y te cuento que este artículo me llegó al corazón, muy noble de tú parte el reconocer la labor de tú padre y celebro los nobles sentimientos que tienes hacia él. Saludos