Cuando estaba en quinto de primaria la profesora de español nos dejó de tarea dos acertijos. Hoy, 21 años después, la respuesta a uno de ellos llegó a mí de la nada. Fue una epifanía tan inesperada y reveladora que de inmediato supe que tenía que escribirla. Así que aquí estoy, recordando mi contraseña de blogger.com porque una revelación de este tamaño no debería perderse en la volatilidad de los 140 caracteres de un trino.
Los acertijos que nos planteó la profe Consuelo eran estos:
- ¿Cuál es una palabra de cuatro sílabas que contiene 27 letras?
- ¿Cuál es una palabra de tres sílabas que conserva su significado si retiras la sílaba del medio?
El primero fue fácil, lo resolví casi de inmediato. Pero el segundo me dio vueltas en la cabeza durante toda la semana y no lograba encontrar una respuesta. Recuerdo que hasta recurrí a abrir un diccionario en páginas al azar para buscar palabras de tres sílabas y retirar la intermedia para ver qué obtenía. Obviamente ese método no me llevó a ningún lado.
Mis compañeras tampoco tuvieron éxito. A la semana siguiente regresamos al salón de español y la profesora nos recibió con la confianza de la esfinge que ha planteado una adivinanza imposible de descifrar. Le pedimos la respuesta y no se me olvida su sonrisa mientras escribía en el tablero: "novena", para después borrar la V y la E.
La revelación fue, digamos, decepcionante para mi yo de 11 años. No conocía la palabra "nona" como sinónimo de novena y no había una manera en que hubiera podido llegar a ella en esa semana. Para mí, el acertijo no había sido más que una curiosidad que notó la profe Consuelo mientras leía y luego se le ocurrió plantearla como un reto para sus estudiantes de grado quinto.
Por alguna razón ese recuerdo se quedó conmigo para siempre, a diferencia del apellido de la profe, el cual quisiera poder recordar en este momento para intentar contactarla y decirle que 21 años después sigo recordando su acertijo y que además acabo de encontrar otra respuesta correcta.
Sucedió literalmente de la nada, hoy 15 de marzo de 2021. Estaba sentada en la silla de mi cirujano maxilofacial a quien, curiosamente, llegué gracias a una epifanía ajena. Es una larga historia que se resume en que ignoré durante muchos años mis problemas de mordida hasta que no tuvieron otra opción más que manifestarse como un grito permanente, agudo y distante en mi oído derecho. Pasé por varios especialistas y exámenes sin que ninguno diera con la razón de mi tinnitus. Hasta que un día un otólogo me hizo dos o tres preguntas y, después de pedirme que abriera y cerrara la boca, me preguntó si era consciente de que mi mandíbula hacía clic con cada movimiento.
Así que ahí estaba, cuatro meses después, esperando a que mi cirujano ajustara la placa neuromiorrelajante que deberé usar a partir de hoy para corregir mi mordida y empezar a masticar de manera correcta para... ¡masticar! ¡mas-ti-car! MAS-TI-CAR. Mi yo de 11 años estaría tan orgullosa.
Casualmente, ahora que llevo medio día de usarla, siento que la placa hace que me vea como mi yo de 11 años. Me recuerda los apodos, las burlas, el sufrimiento de una ortodoncia que pareció eterna y al final fue insuficiente. No es fácil volver a abrir esas heridas, sin embargo llegué a un punto en que ignorar el problema dejó de ser una opción. Tonta yo, me había convencido de que era una cuestión estética y que, ya entrando a mis 30, las personas que amo me quieren con todo y mis dientes torcidos y mandíbula retraída.
Mientras escribo esto pienso que hay cosas que deben llegar a tu vida en el momento indicado y no antes. Como mi segunda respuesta al acertijo de español y como este cirujano que, aparte de ser un experto en trastornos como el mío, siempre tiene las palabras correctas para animarme durante este tratamiento que no será fácil, cómodo ni económico, pero sí muy necesario. O como mi psicóloga, un ángel que encontré el año pasado después de vivir el día más duro de mi carrera hasta ahora.
No debería sorprenderme que los 30 (ok, los 30 y algo) sean para mí el momento del autocuidado, del amor propio y de enfrentar de frente los dolores que había ignorado desde la infancia. Dolores del cuerpo y del alma que al final se manifiestan de formas muy similares. Hoy sé que mientras cuente con los profesionales indicados que me guíen en este camino yo estaré lista para todas las epifanías que están por venir.
Sí, hoy fue el día perfecto para una epifanía.
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