lunes, 15 de marzo de 2021
Epifanía

Cuando estaba en quinto de primaria la profesora de español nos dejó de tarea dos acertijos. Hoy, 21 años después, la respuesta a uno de ellos llegó a mí de la nada. Fue una epifanía tan inesperada y reveladora que de inmediato supe que tenía que escribirla. Así que aquí estoy, recordando mi contraseña de blogger.com porque una revelación de este tamaño no debería perderse en la volatilidad de los 140 caracteres de un trino.

Los acertijos que nos planteó la profe Consuelo eran estos:

  1. ¿Cuál es una palabra de cuatro sílabas que contiene 27 letras?
  2. ¿Cuál es una palabra de tres sílabas que conserva su significado si retiras la sílaba del medio?

El primero fue fácil, lo resolví casi de inmediato. Pero el segundo me dio vueltas en la cabeza durante toda la semana y no lograba encontrar una respuesta. Recuerdo que hasta recurrí a abrir un diccionario en páginas al azar para buscar palabras de tres sílabas y retirar la intermedia para ver qué obtenía. Obviamente ese método no me llevó a ningún lado.

Mis compañeras tampoco tuvieron éxito. A la semana siguiente regresamos al salón de español y la profesora nos recibió con la confianza de la esfinge que ha planteado una adivinanza imposible de descifrar. Le pedimos la respuesta y no se me olvida su sonrisa mientras escribía en el tablero: "novena", para después borrar la V y la E. 

La revelación fue, digamos, decepcionante para mi yo de 11 años. No conocía la palabra "nona" como sinónimo de novena y no había una manera en que hubiera podido llegar a ella en esa semana. Para mí, el acertijo no había sido más que una curiosidad que notó la profe Consuelo mientras leía y luego se le ocurrió plantearla como un reto para sus estudiantes de grado quinto.

Por alguna razón ese recuerdo se quedó conmigo para siempre, a diferencia del apellido de la profe, el cual quisiera poder recordar en este momento para intentar contactarla y decirle que 21 años después sigo recordando su acertijo y que además acabo de encontrar otra respuesta correcta.

Sucedió literalmente de la nada, hoy 15 de marzo de 2021. Estaba sentada en la silla de mi cirujano maxilofacial a quien, curiosamente, llegué gracias a una epifanía ajena. Es una larga historia que se resume en que ignoré durante muchos años mis problemas de mordida hasta que no tuvieron otra opción más que manifestarse como un grito permanente, agudo y distante en mi oído derecho. Pasé por varios especialistas y exámenes sin que ninguno diera con la razón de mi tinnitus. Hasta que un día un otólogo me hizo dos o tres preguntas y, después de pedirme que abriera y cerrara la boca, me preguntó si era consciente de que mi mandíbula hacía clic con cada movimiento. 

Así que ahí estaba, cuatro meses después, esperando a que mi cirujano ajustara la placa neuromiorrelajante que deberé usar a partir de hoy para corregir mi mordida y empezar a masticar de manera correcta para... ¡masticar! ¡mas-ti-car! MAS-TI-CAR. Mi yo de 11 años estaría tan orgullosa. 

Casualmente, ahora que llevo medio día de usarla, siento que la placa hace que me vea como mi yo de 11 años. Me recuerda los apodos, las burlas, el sufrimiento de una ortodoncia que pareció eterna y al final fue insuficiente. No es fácil volver a abrir esas heridas, sin embargo llegué a un punto en que ignorar el problema dejó de ser una opción. Tonta yo, me había convencido de que era una cuestión estética y que, ya entrando a mis 30, las personas que amo me quieren con todo y mis dientes torcidos y mandíbula retraída.

Mientras escribo esto pienso que hay cosas que deben llegar a tu vida en el momento indicado y no antes. Como mi segunda respuesta al acertijo de español y como este cirujano que, aparte de ser un experto en trastornos como el mío, siempre tiene las palabras correctas para animarme durante este tratamiento que no será fácil, cómodo ni económico, pero sí muy necesario. O como mi psicóloga, un ángel que encontré el año pasado después de vivir el día más duro de mi carrera hasta ahora.

No debería sorprenderme que los 30 (ok, los 30 y algo) sean para mí el momento del autocuidado, del amor propio y de enfrentar de frente los dolores que había ignorado desde la infancia. Dolores del cuerpo y del alma que al final se manifiestan de formas muy similares. Hoy sé que mientras cuente con los profesionales indicados que me guíen en este camino yo estaré lista para todas las epifanías que están por venir.

Sí, hoy fue el día perfecto para una epifanía.


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Y esto sólo le pasó a Maria() a las 10:14 p. m. | 5 Infelices comentarios
martes, 11 de noviembre de 2014
No sólo de playa vive el hombre

Definitivamente lo mío es la playa, a mí me llevan cerca al mar y me perdieron, no existe nada que supere la tranquilidad de estar tirado en la arena oyendo el sonido de las olas. Pero ya que en agosto tuve la oportunidad de pasar unos días en Farallón (Panamá) junto a mi familia, decidí que era hora de cambiar de itinerario y planear unas mini vacaciones diferentes a todas las que había tenido antes. Y a la selva amazónica nos fuimos.

Antes de viajar leí muchísimo sobre las actividades por hacer y todos los sitios por visitar en Leticia. Entonces me di cuenta de que el tiempo que teníamos disponible no sería suficiente para todos los planes maravillosos de los que me antojé, y con mucho pesar me limité a lo que nuestros tres días y dos noches nos permitirían conocer. Así que este post viene siendo una especie de guía súper express para el turista en Leticia.

Para empezar, si usted está planeando un viaje con restricciones de tiempo similares a las mías le recomiendo, más bien le ruego, que no se pierda el tour de un día completo a la isla de los micos que ofrece Decameron Explorer. Es un plan que reúne la mayor parte de las actividades turísticas típicas de la zona. Tiene de todo: interacción con guacamayas, victorias regias, delfines rosados y monos fraile; recorrido por el río Amazonas, caminata por la selva, canopy, canotaje, pesca artesanal, comida local, venta de artesanías, y un diluvio tropical que podría no estar incluido en su día, pero en el nuestro definitivamente lo estuvo. En fin, es un plan que vale muchísimo la pena sobre todo para quienes por primera vez nos adentramos en el Amazonas.


Cuadrar 8 micos para la foto es mucho más difícil de lo que uno se imagina.


Pero me estoy adelantando, la isla de los micos fue nuestro plan del segundo día. Nuestro primer día comenzó con un recorrido a pie por Leticia hasta el parque Santander, donde pudimos ver los miles de loros y golondrinas que todos los días regresan al parque a eso de las seis de la tarde. Es un espectáculo que ni siquiera me esforzaré en describir porque no sirve de nada leerlo, hay que estar ahí para verlo y oirlo.


Miles de aves en una coreografía hermosa e interminable.


Esa noche estuvimos en una charla con un chamán en la maloca del hotel, una actividad a la que, lo confieso, entré con algo de prevención porque me sentía como Lindsay en Arrested Development. Sin embargo resultó ser una conversación muy interesante y educativa. El chamán nos enseñó acerca de su cultura, sus creencias, sus tradiciones y hasta un poco de dialecto y de danza… nos rajamos en ambos.

- Uh, were you able to book my 3:00 shaman?
- Did you want the deep wisdom or just a light ego cleanse? We do those by the pool.


En nuestro último día en Leticia decidimos explorar por nuestra cuenta y fue así como terminamos en Brasil. Suena lejos pero en realidad es cuestión caminar diez minutos, cruzar una avenida y ya cambiaste de país. La caminata por Tabatinga fue una experiencia memorable, nada como perderse en una ciudad para conocerla de verdad.


Creí que ese era el punto más oriental en el que había estado en toda mi vida pero la verdad es que no sé leer mapas.


Visitamos la Casa do Chocolate pero nuestro guía de la isla de los micos ya nos había advertido que los precios allá eran “para turistas” y que podríamos conseguir unos más favorables en los supermercados locales. Pusimos en práctica nuestro mejor intento de portugués, pero el que terminó dándonos direcciones fue un niño fronterizo que manejaba los dos idiomas a la perfección.


Aventuras de Maria() en los mercados de Tabatinga presenta: ¿¡que los Brasileños comen QUÉ!?


Y eso fue todo, tal como lo esperaba el tiempo se nos fue volando y ya era hora de volver a Bogotá. Disfruté muchísimo estas pequeñas vacaciones en Leticia y estoy segura de que pronto volveré para recorrer lo que me quedó faltando. Recomiendo a ojo cerrado el hotel Decalodge Ticuna, que al igual que todos los hoteles de la cadena Multivacaciones Decameron que he tenido la oportunidad de conocer estuvo a la altura de mis expectativas.


La infaltable foto con Kapax.

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Y esto sólo le pasó a Maria() a las 9:40 a. m. | 5 Infelices comentarios
viernes, 21 de marzo de 2014
Yeyito, ¿qué es una estrella fugaz?

Alguna vez, sacando papeles viejos en la casa de mi abuela materna, encontramos unas cartas que mi abuelo le escribió cuando eran novios. La llamaba "mi muñequita" y le pedía que no peleara con sus hermanas porque le prohibían verlo. Al leer esas cartas descubrí que la relación de mis abuelos en aquella época fue difícil. Me costó trabajo entender que la familia de mi abuela se opuso a que fuera novia del Yeyito, porque yo lo conocí como un hombre al que todos respetaban y amaban.

Mi abuelo sólo estudió hasta primero de bachillerato, sin embargo aprendió por su cuenta todo aquello sobre lo que quiso saber, su conocimiento sobre cultura general era inmenso. Con él se podía hablar sobre cualquier tema, preguntarle cualquier duda y siempre se aprendía algo nuevo.

No tenía educación formal y había perdido una pierna siendo muy joven, poniéndolo así es apenas entendible que mis bisabuelos se preocuparan cuando mi abuela quiso compartir su vida con él.


Afortunadamente tenían una cómplice en la familia, ella fue la encargada de llevar cartas de un lado al otro. No conozco los detalles de la historia pero lo que sí sé es que tuvo un final feliz. Se casaron y tuvieron siete hijos, nunca les faltó nada y, como decía antes, mi abuelo se convirtió en un hombre muy querido y respetado incluso por los que en un principio se opusieron a recibirlo en la familia.



Siendo pequeña tuve la fortuna de crecer cerca a ellos. Íbamos casi todas las tardes a la casa de mis abuelos y ellos pasaban los domingos en la nuestra. Yo tenía 5 o 6 años y sentía (sigo sintiendo) una admiración enorme por mi abuelo. Estaba en esa edad del "¿y por qué?" en la que los niños quieren entenderlo todo y se la pasan preguntando y cuestionando, muchas veces corchando o aburriendo a los papás. La solución de mi mamá era la mejor: pregúntale al Yeyito.


Fue así cómo resulté indagando a mi abuelito sobre todo tipo de materias, y él, con su paciencia infinita, explicándome cosas desde cómo distinguir entre mi mano izquierda y mi mano derecha hasta cómo vuelan los aviones. Creo que puedo señalar a mi abuelo como uno de los primeros culpables de mi gusto por la ingeniería, de él heredé la pasión por investigar, por aprender todo sobre cualquier tema que me llame la atención.


Recuerdo en especial una pregunta que le hice mientras estaba sentado en el corredor de su casa: Yeyito, ¿qué es una estrella fugaz? No recuerdo su respuesta palabra por palabra, pero su explicación fue tan clara y tan sencilla que se me quedó grabada en la mente. Me dijo que no eran estrellas iguales a las que vemos en el cielo, que eran "pedacitos" que caían a la tierra tan rápido que se ponían brillantes.


Hoy, que mi timeline en facebook se ha visto inundado por fotos del abuelo, pienso que él fue como una estrella fugaz en mi vida. Porque no es igual a tantos intelectuales y genios que uno conoce o lee por ahí, él fue un "pedacito" de conocimiento que pasó frente a mí más rápido de lo que hubiera querido, que me compartió esa luz que traía y me dejó esos recuerdos tan bien implantados que dos décadas después siguen apareciendo con claridad en mi memoria.


Hace exactamente 20 años le celebramos el cumpleaños número 70. Fue una fiesta por todo lo alto, con todos sus hermanos, con sus siete hijos y los catorce nietos que habían nacido hasta ese momento. Hubo una piñata gigante que tumbamos usando su bastón y cuyo contenido nos peleamos por igual adultos y niños.



En el diciembre siguiente, un enfisema pulmonar con el que había batallado durante mucho tiempo se llevó al Yeyito. Fueron 70 años vividos plenamente, 70 años en los que se sobrepuso a todos los obstáculos que se encontró y fue feliz. Y nosotros fuimos felices junto a él, por eso, y aunque suene egoísta,  nos duele que esos 70 años hayan sido muy poco tiempo para disfrutarlo. Por eso se me llenan los ojos de lágrimas al escribir sobre él, aun después de 20 años de su partida.

Hoy, más que llorar su muerte, celebro la vida de un hombre maravilloso, de un ejemplo invaluable para mí y para mis tíos y primos. Y espero que donde esté, junto a la Yeyita, nos espere a todos con paciencia, porque volveremos a encontrarnos y todavía me quedan muchas preguntas por hacerle.


Feliz cumpleaños, Yeyito.

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Y esto sólo le pasó a Maria() a las 12:57 p. m. | 10 Infelices comentarios
jueves, 28 de febrero de 2013
Los cambios
Una conversación con Caro en su muro de Facebook me recordó esto:
 
Soy muy afortunada, a lo largo de mi vida he ido encontrando oportunidades únicas que me han cambiado el panorama por completo más de una vez. Por eso a los 17 años me fui a vivir a una ciudad enorme, lejana y desconocida. También por eso, tres días después de graduarme de la universidad empaqué nuevamente mis cosas y me instalé en Cali. Los cambios me asustan, como a cualquier persona, pero cuando sé que estoy tomando la mejor decisión para mi futuro sólo puedo emocionarme por la oportunidad y prepararme para el nuevo comienzo. 

Hoy ha llegado el momento de vivir un cambio más: volveré a Bogotá, sé que no será fácil pero estoy segura de que vienen cosas grandes para mí. Es increíble cómo se va dando todo, siempre para bien, Dios ha trazado para mí un camino maravilloso y lo mínimo que puedo hacer es seguirlo con la mejor disposición.  

Así que aquí estoy, despidiéndome de una compañía que me dio una oportunidad enorme para que empezara mi vida laboral sin ninguna experiencia previa. Un lugar en el que disfruté dos años rodeada de la mejor calidad humana, aprendiendo todos los días, apasionándome cada vez más por la carrera que he escogido. Sólo tengo palabras de agradecimiento para esta empresa y todas las personas que hacen parte de ella, me llevo una experiencia invaluable, muchos recuerdos valiosos y la satisfacción de haber contribuido con mi trabajo al progreso de la planta.

A todos muchas gracias por haber hecho parte de mi historia durante estos dos años.
 



Imagen tomada del comic gigante de xkcd.


Con estas palabras me despedí de mi trabajo en Cali hace exactamente dos meses. Desde ese día han pasado muchísimas cosas, sigo asustada por el cambio y no he terminado de asimilar mi nueva situación, sin embargo estoy convencida de que tomé la mejor decisión. Tan convencida como ese día en octubre en el que vine a Bogotá por una emergencia familiar y regresé a Cali con buenas noticias y una oferta de trabajo.



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Y esto sólo le pasó a Maria() a las 1:50 p. m. | 16 Infelices comentarios
martes, 12 de febrero de 2013
Estas son mis manos
 
Mis manos que escriben, trabajan, tejen, bordan, cocinan pero no mucho y doblan papel para hacer grullas... mis manos que hasta hace algún tiempo fueron motivo de vergüenza y hoy son el lienzo para probar los esmaltes de uñas más “marcianos” (Mafe dixit).
 
 
Sólo hasta agosto del año pasado logré ponerle nombre a una enfermedad que me había atormentado durante casi 15 años: dermatofagia, suena tan feo como se siente. No es un mal muy común y hasta el momento no he conocido personalmente a nadie que lo padezca, podría decir que “esto sólo me pasa a mí” pero no sería gracioso.
 
No tengo claro el momento exacto en el que comencé a morderme y comerme la piel de los dedos, el recuerdo más antiguo que tengo son unas vacaciones en el 98, cuando después de una tarde en la piscina de unos familiares me miré las manos y me di cuenta de las horribles heridas que me había hecho con los dientes. Mi mamá también lo notaba e intentaba ayudarme a dejar lo que denominó “un vicio desagradable”, pero tanto ella como yo estábamos lejos de imaginarnos que se trataba de un trastorno obsesivo compulsivo y que no iba a desaparecer ni con regaños ni con la fuerza de voluntad de una niña de 10 años.
 
Desde ese entonces y a pesar de intentar diferentes métodos nunca dejé de morderme los dedos, las uñas jamás fueron de mi interés. La desagradable manía siempre ha estado presente en mi vida, en algunas temporadas con más intensidad que otras. Llegué a un punto en el cual mis índices eran una sola herida, desde la cutícula hasta la segunda falange. Disculpen Julius sensibles si este post me está saliendo demasiado gráfico, pero es algo que necesito sacar de mi sistema.
 
Las semanas de exámenes finales en la universidad eran las peores, alguna vez lo escribí acá sin profundizar mucho; en una de esas semanas se me ocurrió cubrirme los dedos con esparadrapos para evitar la tentación, me parecía a Charlie el de Lost y escribir era todo un reto, pero funcionó. Descubrí que si permitía que las heridas se sanaran hasta no tener cueritos levantados podía mantener los dedos lejos de la boca por algunos días, pero todo el esfuerzo se perdía en el siguiente examen.
 
Entonces apareció el origami y sin habérmelo propuesto encontré la solución a mi trastorno. Fue algo casi milagroso, ni siquiera me di cuenta del momento en el que abandoné la compulsión de morderme y la reemplacé por doblar figuritas de papel. Digo casi milagroso porque aunque el origami fue el comienzo hicieron falta muchos otros pasos para considerarme curada. Con la ayuda de Ana, mi amiga psicóloga, empecé a investigar sobre la dermatofagia, me animé a contarle mi historia y así entendí muchas cosas de mí misma que siempre habían estado ahí y nunca me había atrevido a indagar. Gracias a Anita aprendí que la imperfección es hermosa y la perfección es aburrida, aprendí a aceptar mis defectos y a corregir lo que no me gusta sin necesidad de presionarme al extremo.
 
 
Estas son mis manos, mis hermosas manos. Ahora la adicción a hacerme daño ha sido desplazada por la adicción a mantener las uñas arregladas, sonará muy superficial pero la verdad es que con ese cambio vino también un cambio en mi actitud y en mi autoestima, no sólo me siento linda, también me siento fuerte y capaz de vencer cualquier obstáculo. Me quedaron cicatrices que tal vez no desaparezcan y me servirán para recordar la lucha que libré durante tantos años. También soy consciente de que habrá recaídas, la primera semana en Bogotá fue terrible, sin embargo eso no significa que vaya volver al comportamiento destructivo de antes.
 
La dermatofagia no es algo que se supere de la noche a la mañana, aún hoy tengo el reflejo de llevarme la mano a la boca en situaciones estresantes, la diferencia es que ahora soy capaz de darme cuenta de lo que estoy haciendo y detenerme a tiempo.

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Y esto sólo le pasó a Maria() a las 8:41 a. m. | 32 Infelices comentarios
jueves, 30 de agosto de 2012
Senbazuru
O “efectos secundarios del origami”

Cuando, hace tres semanas, me propuse hacer mil grullas de papel no me imaginaba la cantidad de efectos colaterales que iban a tener en mí ni las reacciones de los que me rodean.

En primer lugar está la pregunta infaltable: ¿por qué/para qué mil grullas? Bueno, hace mucho tiempo había leído sobre la creencia japonesa que dice que a quien doble mil grullas se le concede un deseo o, según otras versiones, toda una vida de buena suerte. A pesar de que no creo en ese tipo de supersticiones (en ningún tipo, de hecho) me pareció una leyenda muy bonita, además siempre me ha gustado el origami y la grulla es una de las figuras más sencillas de hacer. 

Así que un día cualquiera hice mi primera grulla, después la segunda y otras cuantas, luego descubrí me gustaban más las que hacía con papeles pequeños y que me aburría hacerlas todas del mismo color. Una compañera de trabajo me regaló un catálogo de Yanbal y mi novio una revista de Movistar, luego él mismo los convirtió en materia prima de 2.5 x 2.5 cm.

Algunas de las primeras grullas.

Lo bueno de hacerlas tan pequeñas es que es muy práctico llevar papelitos a todas partes y quemar los ratos libres doblando grullas. Por ejemplo, todos los días puedo doblar entre seis y ocho grullas en el trayecto de mi casa a la planta, eso cuando no me deja la ruta. Durante una semana en la que estuve trabajando en el arranque de un equipo nuevo, a veces me encontraba en una situación en la que mi única ocupación consistía en sentarme en el cuarto de control y esperar que el sistema se estabilizara, tiempos muertos de hasta más de una hora que dediqué a mi Senbazuru. Mi pasatiempo llamó la atención de los operarios que trabajan conmigo, inclusive dos de ellos me dijeron que querían aprender y resultaron ser excelentes alumnos. A su vez otro operario, el más joven de la planta, me enseñó a hacer un modelo diferente que aletea al moverle la cola, desde ese día me apodó “doña grullita”. 

"Se dictan clases de origami, informes en el cuarto de control"

Los compañeros que ya saben de mi propósito me preguntan todos los días cómo voy, cuántas me faltan para las mil o que si no estoy cansada de hacer “palomitas”. Mi vecina de puesto me dijo un día que mi deseo debe ser algo enorme para que yo le esté dedicando tanto esfuerzo. La verdad es que disfruto haciéndolas y con tanta práctica ya me salen de forma casi automática. También me preguntan qué voy a hacer con ellas cuando termine, por ahora se me ocurre comprar un jarrón transparente, llenarlo de grullas y ponerlo de adorno en la sala, creo que se va a ver muy bien.

Así estaba mi puesto de trabajo hasta que la aseadora me dijo que muy bonitos mis pajaritos y todo pero que no le dejaban limpiar mi escritorio.

Pero sin duda la mejor consecuencia de esta labor, y también la más inesperada, ha sido darme cuenta de que el origami es la terapia perfecta para un vicio que me avergüenza y que nunca he podido superar del todo. Al parecer mantener las manos entretenidas era el secreto para dejar de morderme los dedos hasta sacarme sangre. Ahora los miro con orgullo y si en algún momento de dispersión me descubro de nuevo con un dedo en la boca lo quito inmediatamente para no perder todo lo que he avanzado. Ha sido tan increíble el cambio en estas semanas que ahora que voy por las novecientas y pico de grullas siento nostalgia por estar a punto de terminar mi cometido y hasta he notado que hago menos por día para alargarlo. Lo cual es una gran bobada, porque nadie me obliga a hacer mil grullas y-ni-una-más, así que podría seguir indefinidamente remplazando una maña horrible por una hermosa y de paso haciéndome acreedora de muchos deseos.

Respecto a eso último, como me dijo uno de los operarios que aprendieron a hacer grullas: no se trata de pedir un deseo y esperar que se cumpla por medio de los dones mágicos del papel doblado. Se trata de dedicación y de tener tu objetivo presente cada vez que haces una de las mil grullas. Con el tiempo quien termina por conceder el deseo es uno mismo, siempre y cuando se trate de algo razonable,  no faltará el iluso que quiera dinero ilimitado y se siente a hacer un millón de grullas en lugar de trabajar. En mi caso, más que un deseo puntual es una idea general de lo que quiero con mi futuro inmediato y a largo plazo, “que todo salga bien” es la frase que da vueltas en mi cabeza y la meta en la que estoy trabajando en este momento, y no hablo de doblar papel.


El 40%

PD: ojo al comentario de don novio en el post requeteviejo que linkeo arriba. Cuando lo leí me quedé :O

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Y esto sólo le pasó a Maria() a las 9:08 p. m. | 20 Infelices comentarios
miércoles, 11 de julio de 2012
¡Sí será bugueña!



Está comprobado que la imprudencia viene preinstalada el en disco duro de mi familia.

Mi hermano recién casado quiso inaugurar su nuevo apartamento preparando una raclette para sus suegros, mis papás, mi novio y yo. Sólo cuando ha terminado de poner la mesa descubre la incomodidad de acomodar a ocho personas en un comedor de cuatro puestos, el cual también están estrenando. Es en ese momento cuando recuerda que la mesa trae una extensión que se puede abrir para conseguir una mayor superficie, pero obviamente es mucho más difícil abrirla con toda esa cantidad de platos encima. Mi mamá, contemplando esta escena desde el otro lado de la sala comedor, no tiene una mejor idea que decirle a todo pulmón:


¡¡Sí serás pastuso!!

La cosa es que la esposa de mi hermano y sus papás son pastusos. Los señores se ríen incómodos y mi linda madre ni cuenta se da de la barbaridad que acaba de decir. Días después la llamo para preguntarle si es consciente de lo imprudente que fue. Me dice que no entiende de qué le estoy hablando, le repito sus palabras… creo que todavía está riéndose. Es que esto sólo le pasa a ella.

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Y esto sólo le pasó a Maria() a las 6:20 p. m. | 6 Infelices comentarios
martes, 29 de mayo de 2012
Porque de gacela a centella no hay sino un par de zancadas

Harto se burló de mí la comadre querida el día que conté en la más desierta de las redes sociales las peripecias que tuve que hacer para alcanzar la ruta de la empresa.

También me la montaron porque escribí "persecusión", qué bestia.

Fue hace un par de meses, una mañana en la que, para variar, iba tarde y llegué a mi parada solo para ver al bus cruzando la calle en el siguiente semáforo, con una cuadra de ventaja. En ese momento pensé ¿Patitas pa’ qué las quiero si no es para alcanzar esa hijuemadre ruta? Y sin perder más tiempo me eché a correr de la única forma en que sé correr: como niña. Pero mi carrerón tuvo que detenerse en el mismo semáforo en el que un minuto antes había visto al bus, ahora estaba en rojo y una corriente interminable de carros me separaba del objeto de mi persecución. (<-- ¿si vieron que ya aprendí?)

Habiendo perdido la esperanza y el aire levanté la cabeza y me di cuenta de que el bus seguía parado en la bomba después del semáforo, esperando a la recepcionista que, a pesar de que iba tan tarde como yo, tenía a su favor encontrarse del lado correcto del semáforo y el hecho de que el conductor ya había notado su maratón entaconada. Finalmente la cola de carros me dejó un pequeño espacio por el que pude cruzar la calle, y retomando mi pique de ratero logré alcanzar la lejana puerta del bus, desparramándome en la primera silla libre que encontré. Mientras abordaba, justo después de la recepcionista, el chofér me dijo algo como “huy, Maria, yo la veía por el retrovisor y eso parecía una gacela”. Y es precisamente esa palabrita la que le sigue causando tanta gracia a Mafe y la que seguimos usando para burlarnos cuando nos toca pegarnos la carrerita detrás de un bus, que como ustedes Julius ya habrán notado para mí es cosa de cada semana.

Por lo tanto una pequeña parte de mí ya estaba lista para gaceliar esta mañana en la que, una vez más, salí de mi casa con cinco minutos de retraso. Una mirada rápida hacia el semáforo bastó para confirmar mis sospechas: el bus ya había pasado por mi parada y se alejaba de mí con paso lento pero constante. Mis reflejos gacélicos se pusieron en marcha y un segundo después ya estaba corriendo como niña poseída en plena tercera norte. Pero el maldito semáforo volvió a hacerme la misma, dejando seguir al bus y cambiando inmediatamente a rojo para impedirme el paso. Lo malo es que esta vez no habría recepcionista que me salvara. La ruta siguió su camino, sin mí, y yo ya estaba resignada a pagar los $2000 de la buseta que me deja en la puerta de la planta. Sí, yo sé, tanto drama y tanta carrera sólo por no pagar dosmilpinchespesos. Estaba en esas cuando un motociclista me llamó desde el otro carril:

Motociclista: Niña, ¿necesita alcanzar ese bus?
No marica, me gusta correr detrás de buses random y después contemplar cómo se alejan.
Yo:  Ehmmn, sí.
Motociclista: Súbase, yo la arrimo.
¿y si el man este quiere es robarme? ¿Y si me secuestra? Mmm, ¿Y si es Tatán Mejía ocultando su identidad con ese casco? ¿Subirme a la moto de un desconocido o coger buseta de dos mil? 
Yo: Mmm, bueno.
Motociclista: Hágale, ¿cuál es?
Yo: ese blanco con verde que va subiendo el puente.

Dicho esto me trepé a la moto, el tipo le metió la chancleta y comenzó a perseguir a mi bus metiéndose entre dos filas de carros. Y allí iba yo, sintiéndome la copiloto del mismísimo Centella (casi podía oír la cancioncita esa en japonés al fondo), con el viento helado en la cara y un poco de susto porque este tipo de cosas no pasan todos los días. Afortunadamente la persecución no duró mucho, alcanzamos el bus gracias a un trancón que se había formado bajando el puente de Sameco. Mi Tatán Mejía personal comenzó a pitarle y hacerle señas al chofér hasta que éste por fin me vio, me hizo una mueca entre espanto y risa y me abrió la puerta para que pudiera entrar.

“Las aventuras de Maria(), la gacela motorizada”, muy pronto en un cine cerca a usted. 

Sólo me quedaba agradecerle al man, despedirme de él y bajarme de su moto. Pero por supuesto no podía faltar el tropezón-casi-caída, como si el chofér de la ruta y mis compañeros no tuvieran ya suficiente material para montármela… Y así fue como pasé de gacela a capitán Centella, sólo por no programar el despertador unos quince minuticos más temprano. No me vengan a decir que no es cierto que esto sólo me pasa a mí.

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Y esto sólo le pasó a Maria() a las 6:19 p. m. | 16 Infelices comentarios
jueves, 10 de mayo de 2012
¡Ay, ve! Mi primera cana


Y la segunda, y la tercera, y la cuarta… y ya perdí la cuenta.

Creo que siempre recordaré al 2012 como el año en que empecé a llenarme de canas. Aterradoras e irreversibles se me aparecen cada vez que me peino frente a un espejo, y se reproducen exponencialmente las malditas. Algunas veces me las arranco, pffft, como si eso sirviera de algo. Supongo que ya es hora de aceptar la realidad: algún día voy a tener todo el pelo blanco, no hoy ni mañana ni el próximo año, pero sí más pronto de lo que me imaginaba.

No tengo ni idea del porqué de la aparición prematura de estos pelitos detestables, es posible que la herencia por el lado de mi papá tenga algo que ver. Lo que sí sé es que son horribles y no los soporto (a los pelos blancos, la familia de mi papá sí me cae bien), y que si siguen apareciendo a esta velocidad tendré que tomar medidas radicales para esconderlos. Eso sí, si llegara a tomar tales medidas sería sólo por razones estéticas, porque si el propósito de estas canas es hacerme sentir vieja no lo lograrán, tengo muy claro que una cosa es ser canosa y otra cosa es ser anciana.

Hoy estoy cumpliendo 24 años, sería completamente ridículo sentirme vieja a esta edad, si todavía tengo problemas con eso de considerarme “adulta” y comportarme como tal. Ayer en el almuerzo hablaba con una practicante de la empresa acerca de lo tonto e innecesario que me parece andar ocultando la edad o restándose años. Para mi sorpresa, ella me contó que de vez en cuando dice que tiene 19 años y la gente le cree. No dudo que le crean, la chica es menor que yo y tiene cara de colegiala, lo que digo es: ¿qué necesidad tiene uno de quedarse varado en los 19? Es más bacano darse cuenta de todo lo que se ha hecho y vivido durante el tiempo que ha pasado. Ella me la monta y dice que estoy trascendental porque dentro de un año habré completado el cuarto de siglo, yo le contesto que no estoy trascendental y que si sigue jodiendo no le doy torta, jum.

En todo caso lo importante es que estoy cumpliendo años. Y canosa y todo lo celebraré con sushi, cerveza, volcán de chocolate con helado, comida sorpresa, celular nuevo, amigos, familia, novio, y mis siempre queridos Julius. 

¡Yay por mí!

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Y esto sólo le pasó a Maria() a las 9:02 a. m. | 13 Infelices comentarios
martes, 10 de abril de 2012
El monstruo de mi hermano


No me gustan las analogías pero ésta me ha dado vueltas en la cabeza todo el día.

El temor de todo estudiante es el proyecto de grado. Esa maldita tesis que aparece a lo lejos durante toda la carrera, como un monstruo que te está esperando a la salida del túnel para impedirte pasar. Con el tiempo comienzas a acercarte a ese monstruo a una velocidad aterradora, te das cuenta de que es aún más grande de lo que pensabas y que las herramientas que has conseguido hasta el momento parecen insuficientes para enfrentarlo. Ya estás frente al monstruo, el tiempo se acaba, o lo matas o te mata, nadie te va a salvar. Si permites que el monstruo te gane te quedarás para siempre contemplando la luz al final del túnel sin poder alcanzarla, todo el camino que recorriste será tiempo perdido porque no pudiste dar ese último paso.

En este momento mi hermano está enfrentando a su propio monstruo, y para hacerlo más difícil también está planeando su matrimonio para dentro de dos meses. Yo soy testigo de su lucha, lo acompaño, estoy pendiente de él, le ayudo hasta donde puedo y le doy ánimos en los días difíciles. Y sí que ha habido días de esos. A veces parece que esto nunca fuera a acabar, que el monstruo resultó más grande que él, entonces reúne un poco más de fuerzas y sigue peleando.

Conozco esa sensación, sé lo que es sentirse abrumado frente a un proyecto que parece no avanzar por más tiempo que le inviertas. No se me olvida ese miércoles de ceniza en el que me senté a llorar sola en una banca en la iglesia de las aguas. Una señora de una comunidad católica se me sentó al lado y empezó a hablarme, intentando convencerme de que Dios me quería a pesar de mis pecados. La señora nunca supo que lo que me atormentaba no eran mis pecados sino mi tesis que se había estancado, y que Dios no sería de mucha ayuda a menos de que bajara a ayudarme en el laboratorio.

Pero todas esas cosas pasan, se superan, al final es más el miedo que provoca ese monstruo que su verdadero poder. Quisiera decirle a mi hermano que no se desespere, que estoy convencida de que podrá terminar ese proyecto y graduarse (¡por fin!), porque es un hombre muy inteligente, más de lo que él cree. Quisiera decirle que estoy muy orgullosa de él, que pronto será todo un profesional y además un excelente esposo. Sin embargo, aunque yo le diga todo esto, y aunque son muchas las personas que lo apoyan en este momento, hay batallas que sólo se pueden pelear solo. El monstruo, SU monstruo, está ahí y únicamente se quitará del camino después de mucho tiempo y trabajo.

Sólo quiero verlo triunfar, sólo quiero que esté feliz y tranquilo. Sólo quiero que llegue el día en el que podamos decir “¿se acuerda de cuando estaba haciendo la tesis?” “huy sí, qué mierda”.

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Y esto sólo le pasó a Maria() a las 7:34 p. m. | 11 Infelices comentarios
domingo, 22 de enero de 2012
Ahora cuéntame una de vampiros


En el trabajo tengo dos opciones a la hora de almorzar: mesa de hombres o mesa de mujeres. Ambas tienen sus ventajas y desventajas, el grupo de los hombres es mil veces más descomplicado que el de las mujeres e inevitablemente me hacen reír cada vez que me siento con ellos. Menos intrigas y más chistes, perfecto… excepto cuando comienzan a hablar de tenis, o de fútbol, o de baloncesto, o de golf, o de automovilismo (me pregunto si existe algún deporte que no les guste), y eso es como la tercera parte de sus conversaciones. Por el otro lado los intereses de la mesa de las niñas pueden ser más parecidos a los míos y me entiendo más fácil con ellas. Lo que no me gusta tanto es el chismerío inherente a cualquier encuentro de esta mesa.

El caso es que un día cualquiera almorzando en la mesa femenina, dos de sus integrantes estaban súper emocionadas porque el día anterior habían ido al estreno de Amanecer. Yo de inmediato empecé a montárselas porque, como todos sabemos, Twilight es basura. Poco les importaron mis comentarios tipo “los vampiros de verdad no usan splash con escarchita”, ellas seguían eufóricas recordando sus escenas preferidas. En algún punto lograron captar mi atención al mencionar una palabra que yo no conocía, porque nunca había leído una página ni visto cinco segundos de la saga esa. Les seguí la corriente un rato, haciéndoles preguntas sobre la historia mientras intentaba sonar sarcástica, finalmente una de ellas me dijo: mira Maria, si vas a seguir criticando por lo menos léete los libros para que sepas de qué hablas.

Y dicho y hecho, esa misma tarde llegó a mi correo un mensaje con cinco archivos en pdf. Mis queridos Julius, ustedes sabrán perdonarme, no sé a qué hora pasó esto pero… me los leí todos. Así que, habiendo dicho esto…

La Próxima Cosecha Productions
A petición de la mesa de las mujeres
Aunque espero que ninguna de ellas lea mi blog

Presenta:
Mis humildes observaciones sobre Crepúsculo

Foto fusilada de 9gag, quienes a su vez la fusilaron de quién sabe dónde.

Lo primero que tengo que decir es que lo menos absurdo de Twilight es el hecho de que el vampiro brille cuando sale al sol. No, lo verdaderamente ridículo de estos libros son sus diálogos rebuscados y su narración extremadamente descriptiva y monótona. Sin dejar atrás sus analogías baratas, por ejemplo:
—Bella, mi vida era como una noche sin luna antes de encontrarte, muy oscura, pero al menos había estrellas, puntos de luz y motivaciones... Y entonces tú cruzaste mi cielo como un meteoro. De pronto, se encendió todo, todo estuvo lleno de brillantez y belleza. Cuando tú te fuiste, cuando el meteoro desapareció por el horizonte, todo se volvió negro. No había cambiado nada, pero mis ojos habían quedado cegados por la luz. Ya no podía ver las estrellas. Y nada tenía sentido.
—Se te acostumbrarán los ojos —farfullé.
—Ése es justo el problema, no pueden.

Lo que me lleva a mi siguiente punto: ese “amor” maniático del protagonista por la joven e ingenua, y tímida, y torpe, e incansable a la hora de despreciarse a sí misma, y aun así inexplicablemente atractiva para todos los hombres que la rodean: Bella. ¿Cómo les dijera? La escritora de este bodrio recurre a la adolescente interior de sus lectoras, por lo tanto cualquier mujer que recuerde haber tenido 13-14 años (la mayor parte de ellas no tendrá que recordarlo ya que de hecho se encuentran en ese rango) se sentirá identificada con Bella, que siendo una niña retraída y sin ninguna cualidad destacable logra llamar la atención del tipo más churro del colegio, quien hasta ese día no se había interesado en ninguna otra vieja, el man resulta ser inmortal y tener súper poderes, pero eso es sólo un bono extra. Lo importante es el mensaje: querida niña rechazada, sí tú, la de los brackets y los zapatos ortopédicos, la que hace el ridículo en la clase de educación física: imagina que eres tú la que encuentra el amor incondicional y eterno en forma de paliducho con colmillos. Entonces la niña suspira y sigue leyendo el libro/viendo la película esperando que algún día pueda encontrar a su Edward.

Awwww, ¡tan divino! ¡Yo también quiero un vampiro que se meta a mi casa a verme dormir porque me ama!

Nuestro chupasangre en cuestión tiene la habilidad de leer la mente y, según lo que se alcanza a ver en los libros, un humor muy cambiante. Dentro de la misma conversación está contento, frunce el ceño, mira a la lontananza, le cambian de color los ojos, después sonríe, y tal vez vacila, “pero no de una forma humana” (¿?). Luego tenemos otro libro que no hace parte de la saga y que se filtró (sí, claro, se filtró) antes de estar terminado. Se trata de la historia del primer libro pero desde el punto de vista de Edward, y ¡oh, sorpresa! sus capacidades narrativas son tan pobres como las de su amada. Pero no sólo eso, parece que ella también puede leer la mente, pues cuando en Crepúsculo ella piensa que él está pensando equis cosa, consulta uno Sol de Media Noche y resulta que el man piensa exactamente lo que ella supone.
SRSLY? Parecen escritos por el mismo simio. Oh, wait.

En cuanto a la moraleja de la historia, Twilight les da a las niñas una definición retorcidísima del amor. Es lo más normal del mundo que tu novio no te deje sola ni dormida, que te siga a todas partes porque tiene miedo de que si se aleja de ti morirás, que luego decida que mejor sí debería alejarse para protegerte y vuelva unos meses después porque resulta que así te podía proteger mejor, que no te deje ver a tus amigos y te obligue a casarte a los 18 años; y lo menos que tú puedes hacer para agradecerle toda esa dedicación es dejar atrás tu vida y tu familia para ser una de los suyos.

Tú lo has dicho, Edward. *

No puedo mentir, yo también fui una niña de colegio, una muy patética si me permiten decirlo, y existe una minúscula parte de mí que de verdad disfrutó leyendo esta serie de libros, hombre, sino no habría sido capaz de terminarlos. Tengo como testigo al sujeto que vive conmigo y tuvo que aguantarme durante algunas semanas hablándole de Edward (ohhh, ¡Edward!) y hasta se ofreció de voluntario para ver una de las películas conmigo. Afortunadamente mi parte racional es mucho más poderosa y terminamos burlándonos juntos de los diálogos y escenas de la película. Después de este experimento, que como le dije a Mafe en Facebook fue con fines meramente investigativos, entiendo por qué Crepúsculo ha sido un maldito éxito entre las mujeres y me mantengo en mi posición: Twilight es basura.

Y ahora, con su permiso, iré a buscar libros buenos para desplazar esta tonelada de mugre que me quedó en la cabeza. O aprenderé de tenis y de fútbol para pasar más tiempo en la mesa de los hombres. No sé.

* En mis días de investigación encontré este sitio, aparentemente Robert Pattinson (el mismísimo Edward) detesta a Crepúsculo tanto o más que nosotros. De ahí saqué la foto del man burlándose de sus fans.

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Y esto sólo le pasó a Maria() a las 8:43 p. m. | 16 Infelices comentarios
miércoles, 30 de noviembre de 2011
Under my umbrella -ella -ella

Ayer amaneció lloviendo, cosa que no es muy rara por estos días en Cali. Dado que el único billete que cargaba en la cartera era mi dólar de la suerte (situación que también se me ha vuelto común por estos días), sabía que no podía arriesgarme a que me dejara el bus de la empresa, supongo que el jefe Pluma Blanca no me creería si lo llamo a decirle que no pude ir a trabajar porque no alcancé la ruta y no tengo los $2.000 para coger la “Rozo-Cerrito” hasta la planta. Así que después de desayunar y cepillarme los dientes, sin tiempo para maquillarme, agarré mi paraguas y caminé un poco más rápido de lo usual hasta mi parada, un semáforo que queda a 4 minutos de la puerta de mi apartamento.

Llegué a la parada justo a la hora a la que pasa el bus cuando el conductor pretende ser puntual, pero pronto me di cuenta de que ayer no era uno de esos días y que yo iba a tener que esperar otros 10, quizás 15 minutos bajo la lluvia. Entonces tuve tiempo de sobra para detallar el lamentable estado de mi paraguas: está roto, oxidado, no abre del todo bien y de sus 8 puntas, 3 se han convertido en un horrible alambre desnudo. Pensaba en la necesidad de comprar un paraguas nuevo cuando, cómo no, la lluvia aumentó. Tanto que ese pedazo de tela impermeable ya no era suficiente para cubrir mis pies. ¿Hay algo peor que la sensación de una media mojada?


¿Quién me presta para una nueva umbrella -ella -ella, eh eh?

El semáforo cambió a verde otro par de veces y mi bus ni se asomaba. Yo mientras tanto intentaba sin éxito mantener secos mis brazos y pies bajo mi pequeño octágono protector; aunque cualquier esperanza de llegar a la planta con las medias invictas ya estaba perdida, toda mi concentración estaba dedicada a no dejar que el paraguas se moviera ni un milímetro, ya que a la menor alteración de su equilibrio todo el agua acumulada se descargaba sobre mis zapatos, el asunto se me estaba convirtiendo casi en un ejercicio de meditación. De repente un sonido me sacó de mi estado “zen”, una camioneta que acababa de pasar al frente había disminuido su velocidad y me estaba pitando, o bueno, estaba pitando cerca a mí.

Me quedé mirando la camioneta, una KIA negra que ahora se había detenido unos metros delante de mí y seguía pitando. En el andén había más personas y yo no tenía forma de saber si la cosa era conmigo o no. Me pregunté si debía acercarme a su puerta, los vidrios polarizados no ayudaban, bien podía ser un compañero de la empresa que se estaba ofreciendo a llevarme; o podía ser un equis parando para recoger a otro equis, que me diría algo como “¿Por qué carajos pretendes subirte a mi carro?”; o también podía ser un asesino en serie que raptaba a sus víctimas en mañanas lluviosas al norte de Cali.

Fueron esas últimas dos opciones las que me hicieron tomar la decisión de ignorar al conductor misterioso y mirar hacia otro lado, de todas formas mi bus ya debería estar por pasar y no había necesidad de exponerme al ridículo o a una muerte violenta así tan fácil. Finalmente el de la camioneta desistió y siguió su camino. La ruta, que a estas alturas ya llevaba 15 minutos de retraso, apareció en el siguiente cambio del semáforo.

Media hora después estaba en mi oficina cambiándome las medias cuando entró el Gerente de Producción, al verme lo primero que dijo fue:

-No quiso ponerme cuidado esta mañana, ¿no?

- Ayyy, ingeniero ¿era usted?, ¡qué pena! – Le respondí, no sin antes ponerme roja como un tomate.

- Yo le pitaba y le pitaba y usted seguía ahí, así…

Mis compañeros no pudieron contener la risa cuando el jefe Pluma Blanca empezó a imitar mi posición y los gestos que hacía bajo mi triste paraguas.

Maldita sea. Se vale mojarse las patas, se vale tener una sombrilla espantosa, ¿pero dejarse ver por el jefe en semejante estado?, y peor aún: ¿ignorarlo?... Esto sólo me pasa a mí.

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Y esto sólo le pasó a Maria() a las 7:04 p. m. | 8 Infelices comentarios
martes, 27 de septiembre de 2011
Hablando de trasteos...


Hace un año fue mi grado de la universidad. Recuerdo que por esos días mi papá viajó desde Buga para acompañarme en la ceremonia y para ayudarme a empacar y despachar todas mis cosas, ya que una semana después tenía que estar instalada en Cali y lista para empezar a trabajar.


El día de su llegada lo primero que hice fue recibirle la maleta y desempacarla, tenía instrucciones precisas de mi madre de colgar el traje de mi papá en mi closet para que no fuera a arrugarse para el gran día (el traje, mi papá no tendría por qué arrugarse).


El segundo día empezamos a empacar mi trasteo. No fue mayor cosa porque mis pertenencias siempre han sido más bien pocas. Lo que más espacio ocupaba era el computador, nos costó trabajo conseguir una caja lo suficientemente grande para empacarlo, pero al final encontramos una tan grande que el monitor quedaba bailando adentro de ella. Rápidamente don MacGyver solucionó el problema pidiéndome que le trajera todos mis sacos para “cuñar” la pantalla y protegerla del viaje.


Los sacos se acabaron y seguía sobrando espacio en la caja, recurrí a los pantalones, pijamas y la bata de laboratorio que usé durante toda la carrera. Estaba vieja, rota y llena de manchas, pero no quería botarla porque me había acompañado durante tanto tiempo… apegos pendejos que tiene uno.


Finalmente terminamos de llenar la gigantesca caja junto a otras tres, las sellamos y las dejamos listas para despachar a Buga el día siguiente. Era momento de relajarnos y celebrar. Esa noche comimos con mis tíos y nos tomamos una botella de vino, pero no podíamos trasnochar, al día siguiente teníamos que estar en Corferias a las 10 am para la ceremonia de grado.


Por insistencia de mi tía, antes de irme a dormir alisté la ropa que iba a usar, incluidos zapatos y maquillaje. Se me ocurrió de paso revisar que el traje de mi papá estuviera completo y ¡oh sorpresa!, no lo estaba. En mi closet, ahora desocupado, no quedaba ni rastro de la camisa blanca de mi padre. Una segunda inspección reveló algo peor: la cochina bata de laboratorio seguía ahí, lo cual sólo podía significar que era la camisa blanca la que estaba hecha bolita en el fondo de la caja del computador.


Y fue así como terminamos desempacando la caja muy a las once de la noche de la víspera de mi grado, prendidos y cansados, para encontrar la camisa más elegante de mi papá toda arrugada, empolvada, pero eso sí: cumpliendo muy bien su función de cuñar mi monitor.


Él dijo que era culpa mía porque yo le pasé la camisa junto con mis sacos, yo dije que era su culpa porque la tuvo en la mano y no se dio cuenta que para ser una bata de 5 años estaba muy blanca y bien planchadita. Pero en el fondo ambos sabíamos la verdad: ¡esto sólo nos pasa a nosotros!


Una planchada express a la mañana siguiente y la chaqueta del traje fueron suficientes para disimular el percance.


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Y esto sólo le pasó a Maria() a las 4:10 p. m. | 6 Infelices comentarios
domingo, 19 de junio de 2011
El Día que me Quieras
Algunos años antes de que yo naciera mis papás participaron en una película colombiana. Los contactaron porque la producción andaba buscando carros antiguos, pues la historia estaba ambientada en el año 1935. Mi papá, orgulloso propietario de un camión Chevrolet modelo 26, no permite que nadie más lo maneje, y fue así como terminó siendo contratado como extra, con el papel de conductor del camión. Viajaron dos o tres fines de semana a Popayán, donde se estaba rodando la película, y se hospedaron en el mismo hotel que los protagonistas.

Muchas veces oí las historias de mis papás acerca de la grabación, los actores, la historia… yo tenía muchas ganas de ver la película pero conseguir una copia parecía ser imposible. Hice algunas búsquedas en internet pero la información que encontré fue mínima, sólo la mencionaban en un par de sitios sin dar más detalles. Hace más o menos un año, pasando canales durante una noche de domingo nos encontramos la dichosa película en Señal Colombia, ya se estaba acabando, pero al menos pude ver una de las escenas más mencionadas por mis papás: un concierto en el que ellos dos aparecen entre el público. Verlos en la pantalla me dejó aún más antojada de tener la película completa.

Habiendo conocido todo este cuento, alguien muy importante para mí (¿tengo que decir quién?) se hizo a la tarea de encontrar la película y el pasado 6 de mayo, cuatro días antes de mi cumpleaños, llegó a mi casa de Buga su súper regalo, no podía creerlo, por fin la tenía en mis manos: “El Día que me Quieras”, de Sergio Dow.

Gracias Chino :)

La película narra una visita de Gardel a Caracas durante la dictadura... la de Gómez, no la de Chávez. El protagonista es un tipo llamado Pío (Fausto Verdial), un comunista al que se le está acabando el tiempo para hacer algo significativo con su vida. Lleva 10 años de noviazgo con María Luisa (María Eugenia Dávila)… y de aquello nada; pero la ha convencido de que se irán a vivir a Ucrania, compañero. María Luisa y su hermana reciben como invitado especial a Carlos Gardel, interpretado por el hombre Trololó, la noche en que finalmente descubren que el camarada Pío no sirve para maldita la cosa.

“Trololololó-lololó-lololó-ohhh”

Hace un par de semanas vi la película junto a mis papás, quería oír nuevamente las historias que habían repetido por años, pero esta vez podría ver las imágenes que describían. El camión de mi padre hace su primera aparición en el minuto 7:00, como parte de una fantasía socialista de Pío. Mi papá al verlo se queja de todo el tiempo que se necesitó para grabar esas escenas, para que después de la edición sólo aparezcan unos cuantos segundos.

“Por el espíritu combativo que en poco tiempo logrará imponerse, al recobrar las masas una definitiva conciencia histórica bajo la conducción del glorioso proletariado nacional” cof-mamerto-cof.

Decidido a impulsar la revolución, Pío arroja papeletas desde la iglesia hacia la plaza y dos policías salen a perseguirlo. Mientras huye se cruza con el desfile que está recibiendo a Gardel, y cómo no, ahí va mi papá. Pío termina escondido nada más y nada menos que en el camión, logrando escapar de la fuerza opresora.

El carro amarillo de adelante es un Essex modelo 22, y es de mi tío.

Con la estelar aparición de… la cabeza de don Rodrigo :P

La historia sigue, clases de socialismo, promesas ucranianas, más papeletas, reflexiones acerca de la ociosidad de los amores largos, homenajes a Gardel, una groupie que moja cuco cada vez que lo nombran, y tangos aquí y allá. En la película usaron grabaciones del verdadero Gardel, pero mis papás me cuentan que el actor que lo interpretaba tenía muy buena voz y sonaba igualitico a él, tanto que a veces la gente se acercaba a pedirle canciones. Dicen que era un hombre lo más de sencillo, a diferencia de María Eugenia Dávila que, como siempre se ha dicho, era medio impotable.

Finalmente, en el minuto 50 vuelvo a encontrarme a mi papá. Pero ya no está de espaldas y vestido de chofer, no señor, ahora aparece todo elegante y muy bien acompañado:


Mis papás: 20 años más jóvenes y con dos hijos menos.

La escena del concierto se grabó en el Teatro Municipal de Popayán, no habían pasado muchos años desde el terremoto y el teatro estaba cerrado por daños. Así que después de realizar ciertas pruebas para garantizar que era seguro trabajar adentro, taparon las grietas con telones y consiguieron suficiente público para simular un concierto real. Mis papás no eran un par de extras cualquiera, estaban sentados justo detrás de las protagonistas.

Mi mamá ve la escena y recuera el vestido rosado que le prestaron y cómo la maquillaron, mi papá prefiere recordar a Omar Sánchez, uno de los actores que estaba cerca a ellos y que aprovechaba cualquier pausa para hacer circular una botella de aguardiente entre la audiencia.


Mi imagen favorita, me gusta imaginarme que mi mamá le está pidiendo la botella a mi papá, jeje.

La película termina con la canción a la que le debe el nombre, hay un segundo desfile para despedir al cantante, y a medida que éste se va alejando van saliendo los créditos.

Es la única vez que se ve el camión de frente.

Francamente, la película es Mala, así, con M mayúscula. Sin embargo para mí tiene un valor sentimental enorme, la veré otras 500 veces, la guardaré para mostrársela a mis hijos y siempre que tenga la oportunidad hablaré del breve paso de mis padres por la pantalla grande. Y si bien es cierto que mi papá no aparece en los créditos podemos decir que su camión sí:


FIN

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Y esto sólo le pasó a Maria() a las 7:15 p. m. | 22 Infelices comentarios