Tan linda mi amá, maletica en mano me dio las instrucciones necesarias y me nombró oficialmente “la mujer de la casa” por una noche, Señor de los Milagros: perdónala porque no sabía lo que hacía.
El menú era lo más simple posible, café en leche y pan para la dama (osease para mí), y arroz con lentejas, café en leche y pan para los caballeros. Lo primero fue poner a calentar la leche, labor que dio como resultado por lo menos media taza de leche en el lavaplatos gracias a mi falta de motricidad para la movilización de fluidos de la olla a la taza y de la taza a la otra olla.
-Ternerito, traeme dos platos y el coso del arroz que está en la nevera.
-¿éste?
-Aja, ¿dónde están las lentejas que mandó mi mamá?
-Velas, pero hay que descongelarlas en el microondas.
-Ah carajo, ¿vienen congeladas?
-Noooo pendeja, las voy a descongelar por gusto.
Después de la infaltable pregunta idiota de mi parte, descubrimos que el micro no tenía botoncito mágico para descongelar, lo cual obligó a mi hermano a ir en busca del manual, acto seguido oprimió unos cuantos botones y el aparato se echó a andar, al término de un minuto empezó a emitir unos ruidos extraños y por un momento crei que iba a explotar, finalmente obtuvimos unas lentejas a medio descongelar por lo que tuvimos que repetir el proceso.
Mientras el Ternero alistaba la mesa con mantel y cubiertos, yo servía arrocito con lentejas en cantidades abundantes, cosa que no se fueran a quejar de la falta que hace doña Patricia en este hogar. Mi hermanito y yo, no tengo ni idea porqué, terminamos cantando el sanjuanero y hablando de los temas más surreales esperando a que el buen microondas calentara los platos.
Con todo esto yo me había olvidado de la leche que dejamos en la estufa, y por poquito se evapora ole, llené las tres tazas con la leche hirviendo y por supuesto el platón de Matilda, aunque creo que no la consumió inmediatamente porque minutos antes la vimos entrar con un platillo que llevó directamente al segundo piso, seguramente para enseñarle a sus hijos las bondades de la carne de ratón, y adivinen quién terminó trepada en el mesón de la cocina… esto sólo me pasa a mí.
Los cinco minutos que le lleva a mi madre servir la comida se nos convirtieron en casi media hora, el lavaplatos se vio invadido por una cantidad inexplicable de ollas y platos sucios, pero al final lo logramos, técnicamente nuestra labor era administrar las temperaturas de los alimentos, el resultado fue el siguiente:
* El café en leche estaba como pa’ quemarse el hocico.
* El agua estaba a temperatura ártica porque se me olvidó sacarla temprano del congelador.
* El pan estaba tibio.
* Y las lentejitas estaban a una temperatura que mi padre describió como “a calor de madre ausente”. Lo que me recuerda:
Doña Patricia: la próxima vez te demandamos por abandono del hogar.
Ternerito: a lo bien, no parece que viviéramos solos.
Don Rodrigo: gracias por dejarnos lavando los platos, no colabore tanto ole.
Etiquetas: Detalles absolutamente irrelevantes, Mi hermosa familia
Haber si me da para ser el primero, por otro lado, que mal que las mujeres hayan botado el chip del hogar!, antes todas sabían cocer, cocinar, limpiar, lavar, planchar!.
Bueno entonces tenes que explicar como haces en Rololandia para vivir sola!, es que haya no calientas leche? o no comes lentejas?
Disfrute sus últimos días de vacaciones. Chau
P.D No se les olvide el regalito que nos tienen a los tres de por aca.