Llegué por la tarde a mi casa después de un día de universidad extrañamente relajado. Había quedado de ir a cine con… con… ¡ay! Julius, no sean metidos, piérdanse media. Bueno, el caso es que el sujeto aquél llegaría en unos 10 minutos y yo no estaba lista. A una velocidad supersónica hice el cambio maletadeuniversidad–bolso, me cepillé los dientes y me peiné. Fue entonces cuando la fulana igualitica a mí que me miraba desde el otro lado de espejo me gritó: “ole, ¡si la feura doliera vos ya estarías encamada!”.**
Y pues sí, la chica esa tenía toda la razón: me veía feísima. Pero con tan poquito tiempo no había mucho que pudiera hacer al respecto, así que pensé “bueno, por lo menos me voy a cambiar los aretes, me pongo unos más bonitos y más grandes que distraigan la atención de esta cara de sobreviviente del holocausto que me cargo hoy”.
Apurada saqué mis aretes fucsias de semilla de tagua y ya, todos felices. Fin de la historia.
– Sí, claro –
Tuvieron que pasar más de cuatro horas (porque llegamos tarde para la película y nos tocó quedarnos dando vueltas en Unicentro hasta la siguiente función) para que me diera cuenta de que una de mis peores pesadillas se estaba volviendo realidad.
¡Juepuerca vida, no me puse aretes! Esto sólo me pasa a mí.
En ese momento se me acabó la tranquilidad. Nonono, es que ustedes no se alcanzan a imaginar la tragedia que representa para mí salir sin aretes, simplemente no puedo vivir sin ellos. Si me falta uno me siento asimétrica, y si me faltan los dos me veo como un hombrecito. Es realmente traumático.
Creo que al personaje en cuestión le sorprendió mi reacción exagerada frente al pequeño olvido. No, es que yo sí soy mucha boleta. Pelando el cobre, mostrando mi lado neurótico y psicorígido, toda alterada por semejante bobada. Ole, ¿será por eso que desde ese día no nos hemos vuelto a ver?, jajaja ¡lo espanté!
Lo peor del cuento es que no termina ahí, de hecho no ha terminado. Esa noche volví a mi casa derechito a buscar mis aretes fucsias, para reclamarles que me hubieran dejado botada en la ida a cine… pero los infelices no aparecieron, los busqué en mi mesa de noche, en el baño, en el armario, en el abecedario, debajo del carro, en los libros de historia, en las revistas y en la radiooooo. Jejeje, acabo de regresar a mi infancia.
Hasta el día de hoy sigo buscando mis aretes, he allanado hasta el último rincón de mis cajones y los muy hijos de la tagua no han dado señales de vida… de existencia, mejor. (Sí, porque el día que me encuentre un par de aretes “vivos” me muero del susto… y después los subasto y pago la deuda que tengo con el Icetex)
Apreciadísimo señor Murphy:
Lo felicito, me hizo verme horrible y me hizo quedar mal. Mis aplausos para usted. De verdad, buena esa míster Murphy. ¿Será que ahora sí me puede devolver mis aretes? Y que gracias.
Aunque, sabiendo lo mala leche que es usted, seguramente está esperando que yo me compré o me haga unos nuevos para hacer aparecer los otros.
In memoriam
Etiquetas: Maldita sea mi suerte. Dele. Ríase de mí
y ni más llamó... jajaja ahí tienes por sicorigida...
pero, no será que el tipo te está buscando los aretes? ;-)
¿Oye maaria y esa foto? te estabas tomando la sopita no.
ya volví, te mando un abrazo.